En esta temporada del año los almacenes y los centros comerciales resuenan con alegres voces cantando “Al mundo paz” (“Joy to the World!”) y “Oh, aldehuela de Belén” (“Oh Little Town of Bethlehem”) Llamativos anuncios presentan familias reunidas alrededor de mesas bulliciosas o un árbol centelleante atiborrado de regalos. Las iglesias muestran la escena de un pesebre sereno y pacífico, con la familia de Jesús sonriendo a su alrededor. La Navidad se muestra como un tiempo alegre de unión familiar y celebración.
Para mucha gente la Navidad es precisamente eso: momentos felices para la familia, convivencia, comida, y hacer regalos con alegría. La mayoría de los cristianos la celebran como un tiempo de celebración y acción de gracias adicional por el regalo más grande alguna vez dado: el Señor Jesucristo, “Dios con nosotros” (Mateo 1:23); así que la temporada navideña se desborda de alegría y celebración.
Pero para otros, la Navidad es exactamente lo opuesto. Puede ser un recordatorio intenso de los seres queridos perdidos o de que no tienen familia cercana con la cual celebrar. En vez de sentir alegría, muchas personas sienten ansiedad y depresión aparentemente abrumadora e insoportable. La Navidad puede ser potencialmente un tiempo de desesperanza y soledad.
Aunque algunos de nosotros podemos sentirnos solos o aislados durante las fiestas navideñas, es importante que recordemos la esperanza que trae Jesús. La encarnación, Dios haciéndose hombre, es la razón misma de por qué tenemos esperanza. Sin Jesús no hay esperanza; solamente esperamos la muerte (1 Tesalonicenses 4:13-14). ¡Pero para los que estamos en Cristo Jesús, no estamos más sin esperanza! La Escritura dice: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos… ” (1 Pedro 1:3). Esta esperanza viva es la promesa de la vida eterna (Tito 1:2) a través de Jesucristo, “nuestra esperanza” (1 Timoteo 1:1). Tenemos esperanza porque Jesús se hizo hombre, vivió, murió y resucitó.
En Génesis leemos que Dios creó originalmente un mundo perfecto (Génesis 1:31), pero pronto fue arruinado por el pecado de Adán y Eva. La consecuencia del pecado fue la muerte (Génesis 2:17: Romanos 6:23). Sin embargo, incluso en el día más oscuro de la historia Dios ofreció un mensaje de esperanza: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Génesis 3:15). Dios prometió que enviaría un Salvador que vencería a Satanás y se encargaría del problema de la muerte y el sufrimiento.
En la primera Navidad Jesús vino en carne como un pequeño bebé para poder llevar nuestro castigo en la cruz, y después conquistar la muerte resucitando de los muertos. El primer hombre, Adán, introdujo en el mundo la muerte, el sufrimiento y la maldición por su pecado, pero el postrer Adán, Jesucristo eliminará todas esas cosas. Algún día moraremos con él eternamente en un lugar donde, “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4). “Y no habrá más maldición… ” (Apocalipsis 22:3).
La soledad y la depresión serán eliminadas por siempre. ¡Qué esperanza tan bienaventurada es la que estamos aguardando! Pero tristemente, hasta entonces, tenemos que batallar con el sufrimiento que entró al mundo debido al pecado de Adán y sus consecuencias. Afortunadamente, incluso en nuestros momentos de pruebas y tribulaciones, podemos confiar en Dios porque “Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
La encarnación, muerte, y resurrección de Jesús también incluye a los creyentes en la familia de Dios (Juan 1:12; Romanos 8:11-17). Aunque algunos de nosotros pudiéramos no tener familia o pudiéramos estar aislados de nuestras familias, aquéllos que han puesto su fe en Cristo son parte de la familia de Dios. Alrededor de todo el mundo tenemos hermanos y hermanas en Cristo con los que convivir. Encontramos ejemplos de esto por todo el Nuevo Testamento. En el tiempo de Jesús los gentiles eran considerados impuros y ningún judío comería o permanecería con ellos (Hechos 10:28); no obstante, en Cristo, tales barreras fueron derribadas (Efesios 2:17-17) y los judíos y los gentiles pueden convivir libremente unos con otros. De hecho, los cristianos pueden convivir juntamente independientemente de si son judíos o gentiles, ricos o pobres, esclavos o libres, hombres o mujeres (Gálatas 3:28). Ejemplos de esta convivencia multicultural llenan el Nuevo Testamento, como Pedro, un judío, reuniéndose con Cornelio, un gentil. Un ejemplo del tiempo moderno sería la amistad y la colaboración ministerial de Kirk Cameron, un evangelista estadounidense y Ray Comfort, un predicador ambulante de Nueva Zelanda. ¡Debido a Cristo, usted nunca está sin familia!
Aun si estamos lejos de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, nunca estamos solos. Jesús está ahí con nosotros. El Señor promete: “No te desampararé ni te dejaré” (Mateo 28:20; Hebreos 13:5). Jesús vino a la tierra para ser nuestro Emanuel, el “Dios con nosotros” prometido en el Antiguo Testamento (Isaías 7:14), y todavía está con nosotros hoy (Gálatas 2:20). No importa qué solos nos sintamos, nunca estamos realmente solos porque Cristo vive en nuestros corazones por la fe (Efesios 3:17).
¡Algún día los que hemos confiado en Jesús como Salvador pasaremos la eternidad con la familia entera de Dios en Su misma presencia! Si usted se ha arrepentido y confiado en Cristo, ¡entonces usted también estará ahí! Con seguridad ésa es la mejor razón para sonreír y tener una feliz Navidad llena de esperanza este año.