Cada año, muchos cristianos conmemoran la encarnación de Jesucristo, el bebé que nació en el pesebre, Dios hecho carne para habitar entre nosotros. La mayoría celebra esta festividad el 25 de diciembre, pero los cristianos ortodoxos celebran la Navidad el 6 de enero. En muchos países del mundo, este es un momento de fiesta, de pasar tiempo con familia y amigos e intercambiar regalos (esta tradición honra los regalos que los magos presentaron al niño Jesús). Sin embargo, en última instancia, nuestro intercambio de regalos conmemora el mayor regalo de todos: el momento en que Dios el Padre envió su Hijo al mundo.
Por supuesto, como cualquier otro día festivo, la Navidad se ha comercializado y saturado de motivos y temas seculares. Difícilmente se puede escapar de ver a Santa Claus, duendes renos y muñecos de nieve en todas partes, y de ser bombardeados con anuncios de los "regalos perfectos de Navidad" para sus seres queridos. Este ataque comercial empieza en noviembre y generalmente dura hasta el día de Año Nuevo.
Los cristianos no son inmunes a ser arrastrados por los preparativos para la Navidad. Los padres quieren dar buenos regalos a sus hijos y los niños quieren comprar o hacer regalos para sus padres en casa. Algunas personas planificarán irse de vacaciones para visitar sus familias, mientras que otros tendrán que trabajar durante la Navidad y programar un día diferente para reunirse con la familia. Los viajes pueden incluir caminos helados, viajes largos con niños pequeños y, por supuesto, los inevitables embotellamientos de tráfico. Para otros puede implicar la limpieza de la casa, la compra de alimentos, la cocina y el alojamiento para la familia que viene de visita (a veces son familias grandes y extensas).
Pero cuando tenemos un momento libre para parar, respirar y reflexionar, disfrutamos pasar tiempo con nuestros seres queridos, a quienes solo vemos en Navidad. Nos gusta ver cómo se iluminan las caras cuando abren sus regalos, y también disfrutamos abriendo nuestros propios regalos también. Disfrutamos de fuegos cálidos en fogata o si tenemos una chimenea (ya sea real o imitación); villancicos; chocolate caliente; y buena comida con familiares y amigos. Pero también reflexionamos sobre el regalo que hemos recibido como cristianos, la salvación de nuestros pecados, todo porque Jesús entró en la historia como un bebé nacido en Belén, un bebé que vino con el propósito expreso de ofrecerse a sí mismo como un sacrificio perfecto. En nuestros momentos de claridad, reconocemos que los regalos que damos se ofrecen en honor a ese regalo supremo.
¿Pero qué pasa el día después de Navidad? Cuando los miembros de la familia regresan a sus hogares o volvemos al trabajo o limpiamos la casa después de las festividades, ¿qué pensamos entonces? En algunos países, como Canadá, Australia y Nueva Zelanda, el día después de Navidad es el "Boxing Day," que implica más compras y más regalos o más tiempo con la familia. Pero los cristianos no deberíamos simplemente enfocar nuestros pensamientos en las próximas fiestas (generalmente el día de Año Nuevo y el día de Reyes) o volver a las tareas y preocupaciones de los días siguientes.
La encarnación no fue un evento aislado, sino el comienzo del plan para nuestra redención en Cristo.
Como cristianos, debemos recordar que la encarnación no fue un evento aislado, sino que fue el comienzo del plan para nuestra redención en Cristo. Así como tenemos que (eventualmente, si no de inmediato) volver al trabajo, a la escuela o al cuidado de la casa, podemos recordar que Jesús también tenía que cumplir con la escuela, el trabajo y su misión. Jesús “crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Lucas 2:40). Jesús también estudió, escuchó y formuló preguntas a los eruditos de su época (Lucas 2:46–47); él obedeció a sus padres (versículo 51); y más adelante trabajó como carpintero (Marcos 6: 3). Al igual que nosotros, Jesús experimentó tiempos de hambre (Lucas 4:2), cansancio (Marcos 4:38), frustración con las personas que lo malinterpretaron o lo rechazaron (Mateo 17:17), sufrimiento y tentación (Hebreos 2:18), e incluso duda y rechazo de su propia familia terrenal (Juan 7:5).
Esto debería hacernos meditar no solo en el nacimiento sino también en la vida de Jesús. Experimentó las mismas cosas que nosotros, y debido a esto, puede compadecerse con nuestras debilidades humanas (Hebreos 4:15). No vino para ser mimado y servido, sino para ser un siervo sufriente (Mateo 20:28). A medida que volvemos a nuestras tareas diarias, deberes y responsabilidades después de Navidad, debemos cambiar nuestro enfoque del nacimiento de Jesús a su vida, su trabajo y su muerte, entierro y resurrección. Cuando comenzamos a abrumarnos con las preocupaciones de esta vida diaria, debemos mirar más allá de esas cosas y reconocer que están en manos del Padre que nos ama y nos cuida (Mateo 6: 31-34).
Entonces, ¿qué debemos pensar el día después de Navidad? Al guardar los regalos que nos han dado, o incluso al usarlos, debemos recordar que "toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces" (Santiago 1:17). Después de despedirnos de la familia, tal vez hasta el año siguiente, podemos meditar en nuestra relación con Dios gracias a la obra salvadora de Cristo (Gálatas 3:26), y al igual que con la esperanza de volver a ver a nuestras familias terrenales, podemos esperar el momento en el que estaremos en la presencia de Cristo. Será una reunión familiar que nunca terminará en despedidas agridulces, ¡sino que durará toda la eternidad! Finalmente, a medida que se desgastan o se agotan los regalos que hemos recibido, podemos agradecerle a Dios su regalo eterno para nosotros (Romanos 6:23). Al igual que el apóstol Pablo, deberíamos pensar en este don de salvación y expresar nuestra gratitud a Dios.
¡Gracias a Dios por su regalo indescriptible! (2 Corintios 9:15)