El otoño en América y en gran parte del hemisferio norte es una época hermosa del año. Intensos colores rojos, naranjas y amarillos abundan en los árboles y luego cubren el suelo mientras el clima cálido da paso al frío invernal. Muchos se asombran por la obra de Dios al ver las hojas caer hacia el suelo como un “confeti celestial”. Pero el otoño también puede hacernos preguntar: “¿Adán y Eva vieron colores tan vívidos en el Jardín del Edén?”. El hecho que estas plantas se marchitan al final de la temporada de crecimiento también puede plantear la pregunta: “¿Murieron las plantas antes de la caída de la humanidad?”.
Antes de que podamos responder a esta pregunta, debemos considerar la definición de la palabra muerte. Comúnmente usamos la palabra morir para describir cuando las plantas, los animales o los humanos dejan de funcionar biológicamente. Sin embargo, esta no es la definición de la palabra morir o muerte en el Antiguo Testamento. La palabra hebrea para morir (o muerte), mût (o mavet o muwth), se usa solo en relación con la muerte del hombre o los animales con “aliento de vida”, no con respecto a las plantas.1 Este uso indica que las plantas son vistas de manera diferente a animales y humanos.
¿Cuál es la diferencia entre las plantas, los animales y el Hombre? Para obtener la respuesta debemos analizar la frase nephesh chayyah.2 Nephesh chayyah se usa en la Biblia para describir criaturas marinas (Génesis 1:20-21), animales terrestres (Génesis 1:24), aves (Génesis 1:30) y al hombre (Génesis 2:7).3 Nephesh nunca es utilizado para referirse a las plantas. Específicamente, se denota al hombre como nephesh chayyah, un “alma viviente”, después de que Dios insufló en él el aliento de vida. Esto contrasta con Dios diciéndole a la tierra el día 3 que produzca plantas (Génesis 1:11). La ciencia de la taxonomía, el estudio de la clasificación científica, hace la misma distinción entre plantas y animales.
Dado que Dios solo dio plantas (incluidos sus frutos y semillas) como alimento para el hombre y los animales, entonces Adán, Eva y todos los animales y aves eran originalmente vegetarianos (Génesis 1:29-30). Las plantas debían ser un recurso de la tierra que Dios proveyó para el beneficio de las criaturas nephesh chayyah, tanto para los animales como para el hombre. Las plantas no “murieron”, en el sentido de la palabra hebrea mût; las plantas claramente se consumieron como alimento. Las Escrituras describen las plantas como marchitas (del hebreo yabesh), que significa “secarse”. Este término es más descriptivo de una planta o de una parte de una planta que deja de funcionar biológicamente hablando.
Cuando las plantas se marchitan o dejan caer sus hojas, varios organismos, incluidos bacterias y hongos, desempeñan un papel activo en el reciclaje de la materia vegetal y, por lo tanto, en el suministro de alimento para el hombre y los animales.
Cuando las plantas se marchitan o dejan caer sus hojas, varios organismos, incluidos bacterias y hongos, desempeñan un papel activo en el reciclaje de la materia vegetal y, por lo tanto, en el suministro de alimento para el hombre y los animales. Estos agentes de descomposición no parecen ser nephesh chayyah y también tendrían un ciclo de vida a medida que los nutrientes se recuperan a través de este ciclo biológico bueno “en gran manera”. A medida que la planta se marchita, puede producir colores llamativos porque, cuando una hoja deja de funcionar, la clorofila se degrada, revelando los colores de pigmentos previamente ocultos.
Dado que la descomposición implica la descomposición de azúcares complejos y carbohidratos en nutrientes más simples, vemos evidencia de la segunda ley de la termodinámica antes de la caída de la humanidad. Pero en el mundo anterior a la caída, este proceso habría sido un sistema perfecto, que Dios describió como bueno “en gran manera”.
Cuando los árboles brotan en primavera, sus hojas verdes renuevan los bosques y deleitan nuestros sentidos. El color verde proviene del pigmento clorofila, que está presente en las células de las hojas y captura la luz solar para llevar a cabo la fotosíntesis. Otros pigmentos llamados carotenoides también están siempre presentes en las células de las hojas, pero en el verano sus colores amarillo o naranja generalmente están enmascarados por la abundancia de clorofila.
En el otoño, un caleidoscopio de colores se abre paso. Con días más cortos y en un clima más frío, la clorofila se descompone y los colores amarillentos se vuelven visibles. Varios pigmentos producen el púrpura de los zumaques, el bronce dorado de las hayas y el marrón de los robles. Otros cambios químicos producen el rojo intenso del arce azucarero. Cuando los días de otoño son cálidos y soleados, se produce mucha azúcar en las hojas. La menor temperatura de las noches frescas lo fijan allí y los azúcares forman un pigmento rojo llamado antocianina.
Los colores de las hojas son más vívidos después de un verano cálido y seco, seguido de tempranas lluvias otoñales, que evitan que las hojas caigan prematuramente. La lluvia prolongada en el otoño inhibe la síntesis de azúcar en las hojas y, por lo tanto, produce una apariencia de opacidad, debido a la falta de producción de antocianinas.
Incluso ocurren otros procesos. Una capa especial de células corta lentamente los tejidos de la hoja que están adheridos a la ramita. La hoja cae y una pequeña cicatriz es todo lo que queda. A continuación, la hoja se descompone en el suelo del bosque, liberando importantes nutrientes al suelo para ser reciclados, quizás por otros árboles que una vez más deleitarán nuestros ojos con colores ricos y vibrantes.
Es concebible que Dios haya retirado parte de su poder sustentador (restrictivo) en la Caída, para no sostener más las cosas en un estado perfecto cuando dijo: “Maldita será la tierra” (Génesis 3:17); esto sumado a una potenciada segunda ley de la termodinámica, resultó en una creación que gime y está con “dolores de parto” (Romanos 8:22).4
Aunque las plantas no son lo mismo que el hombre o los animales, Dios las usó como alimento y sistema de apoyo para reciclar nutrientes y proporcionar oxígeno.
Aunque las plantas no son lo mismo que el hombre o los animales, Dios las usó como alimento y sistema de apoyo para reciclar nutrientes y proporcionar oxígeno. También jugaron un papel en la elección de la humanidad por la vida o la muerte. En el jardín había dos árboles: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. El fruto del primero estaba permitido como alimento, el fruto del segundo estaba prohibido. En su rebelión, Adán y Eva pecaron y comieron del fruto prohibido, y así la muerte entró en el mundo (Romanos 5:12).
Además, debido a este pecado toda la creación sufre, incluyendo a los nephesh chayyah (Romanos 8:19-23). Nacemos en este estado de muerte como descendientes de Adán, pero encontramos nuestra esperanza en Cristo. “Porque, así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22, RV60). Cuando mires las hojas “muertas” del otoño y recuerdes que los nutrientes serán recuperados para dar nueva vida, debes reconocer que nosotros también podemos ser rescatados de la muerte a través de la muerte y resurrección de Cristo.