Nota del Editor: Este artículo fue publicado originalmente en la book The New Answers Book 2.
La Biblia está compuesta por 66 libros escritos por 40 autores diferentes a lo largo de unos 1.500 años y, a pesar de todo ello, muestra un hilo conductor coherente desde el principio hasta el final y, en última instancia, tiene un autor único: Dios.
La historia que cuenta es el plan de Dios para rescatar a hombres y mujeres de los devastadores efectos de la Caída, un plan que fue concebido en la eternidad, revelado a través de los profetas y llevado a cabo por el Hijo de Dios, Jesucristo.
Cada autor bíblico escribió en su propio idioma y estilo, utilizando su propia mente y, en algunos casos, sus investigaciones. Por encima de todo ello, cada uno de ellos estaba tan controlado por el Espíritu Santo que no se permitió ni un solo error en su trabajo. Por esta razón, la Biblia es considerada por los cristianos como un libro sin errores.1
Esta colección de 66 libros se conoce como el “canon” de la Escritura. Esta palabra proviene del hebreo kaneh (una vara), y del griego kanon (una caña). Entre otras cosas, las palabras se refieren igualmente a la vara de medir del carpintero y a la regla del escriba. Se convirtió en un término corriente para designar cualquier cosa que fuese la medida por la cual debía juzgarse a otros (véase Gálatas 6:16, por ejemplo). Después de los apóstoles, los líderes de la iglesia la usaron para referirse al cuerpo de la doctrina cristiana aceptado por las iglesias. Clemente y Orígenes de Alejandría, en el siglo III, fueron posiblemente los primeros en emplear la palabra para referirse a las Escrituras (el Antiguo Testamento).2 Desde entonces, se fue haciendo más común en el uso cristiano para referirse a una colección de libros fijados en su número, divinos en su origen y universales en su autoridad.
En los primeros siglos, hubo poco debate entre los cristianos acerca de qué libros pertenecían a la Biblia; ciertamente hacia la época de Atanasio, en el siglo cuarto, el número de libros ya había sido fijado hacía mucho tiempo. Él estableció los libros del Nuevo Testamento como los conocemos y añadió: “Estas son las fuentes de la salvación, para que cualquiera que tenga sed pueda satisfacerla con la elocuencia que hay en ellas. En ellas solo está establecida la doctrina de la piedad. Que nadie les añada ni les quite nada”.3
Sin embargo, hoy en día existen intentos de menoscabar el claro testimonio de la historia; un ejército de publicaciones, desde novelas a literatura supuestamente académica, desafía las convicciones históricas de los cristianos y las claras evidencias del pasado. Dan Brown afirmaba en El Código Da Vinci: “Se consideraron más de ochenta evangelios para el Nuevo Testamento, y sólo se escogieron unos pocos para ser incluidos, Mateo, Marcos, Lucas y Juan entre ellos”.4 Richard Dawkins, profesor de Ciencias en Oxford (Inglaterra) ha realizado comentarios similares.5
Así pues, ¿cuáles son las evidencias para nuestra colección de 66 libros? ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que éstos son los libros correctos que deben configurar nuestra Biblia- ni uno más ni uno menos?
Los judíos tenían un cuerpo de Escrituras claramente definido que resumían colectivamente como la Torah, o la Ley. Este cuerpo se fijó muy pronto en la vida de Israel, y no existían dudas respecto a qué libros pertenecían a él y cuáles no. No los ordenaron de la misma forma que aparecen en nuestro Antiguo Testamento, pero eran los mismos libros los que estaban allí. La Ley estaba formada por los primeros cinco libros, conocidos como el Pentateuco, que significa “cinco rollos” – aludiendo a los rollos de pergamino en los que normalmente se escribían. Los Profetas constaba de los antiguos profetas (no tan común entre nosotros incluir entre estos a Josué, los Jueces, Samuel y los Reyes) y los profetas posteriores (Isaías, Jeremías que incluía Lamentaciones, y los 12 libros de los profetas menores). Las Escrituras agrupaban al resto. El total ascendía generalmente a 24 libros, porque muchos de ellos, como 1º y 2º de Samuel, Esdras y Nehemías, se contaban como uno.
¿Cuándo se fijó el canon del Antiguo Testamento? La respuesta, simplemente, es que si aceptamos la posición razonable de que cada uno de los libros fue escrito en la época de su historia – los cinco primeros en la época de Moisés, los registros históricos cerca del periodo que recogen, los Salmos de David durante su vida, y los profetas en su propia época - , y luego los sucesivos periodos de aceptación dentro del canon de la Escritura, no es difícil de fijar. Ciertamente los judíos, en general, sostenían esta perspectiva.
Existen muchas evidencias internas de que los libros del Antiguo Testamento fueron escritos cerca del periodo que registran. Por ejemplo, en 2ª Crónicas 10:19, tenemos un informe de la época de Roboam de que “Así se apartó Israel de la casa de David hasta hoy”. Por lo tanto, está claro que aquello debió haberse registrado antes del 721 a.C., cuando los asirios finalmente aplastaron a Israel y la mayoría de la población fue llevada a la cautividad – o como muy tarde antes de 588 a.C., cuando Jerusalén sufrió el mismo destino. También sabemos que las palabras de los profetas fueron escritas durante la época de sus vidas: Jeremías tenía un secretario llamado Baruc para este propósito (Jeremías 36:4). Josefo, el historiador judío que escribió alrededor del año 90 d.C., afirmaba claramente en su defensa del judaísmo que, a diferencia de los griegos, los judíos no tenían muchos libros: “Porque nosotros no tenemos una innumerable multitud de libros, oponiéndose y contradiciéndose unos a otros (como tienen los griegos), sino sólo veintidós libros, que contienen los registros de todos los tiempos pasados, y que creemos justamente que son divinos”.6
Entre los años 90 y 100 d.C., un grupo de eruditos judíos se reunieron en Jamnia (Israel) para debatir asuntos relacionados con las Escrituras hebreas. Se ha sugerido que el canon de dichas Escrituras se acordó allí; la realidad es que no se hizo ningún registro contemporáneo de las deliberaciones en Jamnia y nuestro conocimiento, por lo tanto, depende de los comentarios de rabíes posteriores. La idea de que no existía un canon claro de las Escrituras hebreas antes del año 100 d.C. también se ha puesto seriamente en entredicho más recientemente. Ahora se acepta, en general, que Jamnia no fue un concilio ni que declarara ningún canon; más bien fue una asamblea que examinó y debatió sobre las Escrituras hebreas. El propósito de Jamnia no era decidir qué libros deberían incluirse entre los escritos sagrados, sino examinar aquellos que ya estaban aceptados.
Hay un grupo de unos 14 libros conocidos como los apócrifos que fueron escritos en algún momento entre el final del Antiguo Testamento (después del 400 a.C.) y el comienzo del Nuevo. Nunc a fueron considerados parte de las Escrituras hebreas, y los mismos judíos los descartaron con toda claridad al confesar que, a lo largo de aquel periodo, no hubo voz de profetas en la tierra.8 Ellos esperaban con ansias el día en que apareciera “un profeta fiel”.9
El Antiguo Testamento había sido traducido al griego durante el siglo III a.C., y esta traducción se conoce como la Septuaginta, una palabra que significa 70, por los 70 hombres que trabajaron en ella. Era la Septuaginta griega la que usaban frecuentemente los discípulos de Jesús, puesto que el griego era la lengua más común en aquella época.
Es imposible afirmar con certeza si la Septuaginta contenía también los apócrifos, dado que aunque las copias más antiguas disponibles hoy los incluyen – colocados todos juntos al final -, éstas datan del siglo V y, por tanto, no son una fuente fiable en cuanto a informarnos de qué era lo corriente medio milenio antes. Lo que sí es significativo es que ni Jesús ni ninguno de los apóstoles citaron nunca de los apócrifos, incluso aunque usaban, obviamente, la Septuaginta griega. Josefo estaba bastante familiarizado con ella y hacía uso de ella, pero nunca consideró que los apócrifos fuesen parte de las Escrituras.10
La colección de rollos disponible desde el descubrimiento de los primeros textos en 1947 cerca de Wadi Qumran, cerca del Mar Muerto, no aporta a los estudiosos una lista definitiva de los libros del Antiguo Testamento, pero aunque lo hiciera, no nos diría necesariamente lo que creía la corriente principal del judaísmo ortodoxo.
Sin embargo, lo que sí podemos afirmar con seguridad es que todos los libros del Antiguo Testamento están representados entre la colección del Qumran con la excepción de Ester, y son citados frecuentemente como Escritura. A ningún otro, y desde luego nunca a los apócrifos, se les da el mismo tratamiento.
A pesar de las sugerencias de ciertos eruditos, no existe ninguna prueba, ni siquiera a partir de los rollos del Mar Muerto, de que hubiera otros libros que compitieran por un lugar dentro del canon del Antiguo Testamento.
Para los judíos, por tanto, la Escritura como revelación de Dios a través de los profetas terminó alrededor del año 450 a.C., con el final del libro de Malaquías. Esta era la Biblia de Jesús y de sus discípulos, y era precisamente la misma en contenidos que nuestro Antiguo Testamento.
El erudito del Nuevo Testamento John Wenham llega a esta conclusión: “No hay razón para dudar de que el canon del Antiguo Testamento es sustancialmente el canon de Esdras, igual que el Pentateuco era sustancialmente el canon de Moisés”.11
Por su parte, la comunidad cristiana, tanto en los días de Jesús como en los siglos siguientes, no tenía duda alguna de que había un conjunto de libros que constituían los registros del antiguo pacto. Puesto que existen literalmente cientos de citas directas o claras alusiones a pasajes del Antiguo Testamento hechas por Jesús y los apóstoles, es evidente lo que los primeros cristianos pensaban al respecto de las Escrituras hebreas. Los escritores del Nuevo Testamento raramente citan de otros libros, y nunca con la misma autoridad. Los apócrifos están completamente ausentes en sus escritos.
Aunque es cierto que algunos de los líderes de la iglesia primitiva citaron los apócrifos – no obstante lo hicieron raras veces si lo comparamos con su uso de los libros del Antiguo Testamento – no existe ninguna prueba de que reconocieran estos libros como iguales a los del Antiguo Testamento.12
La convicción de que había un canon de libros del antiguo pacto al cual no podía añadirse ni quitarse nada llevó a los primeros cristianos a esperar el mismo orden divino para la historia de Jesús, el registro de la iglesia primitiva y las cartas de los apóstoles.
La lista más antigua disponible de libros del Nuevo Testamento se conoce como el canon de Muratori y suele datarse alrededor del año 150 d.C. Incluye los cuatro Evangelios, los Hechos, trece cartas de Pablo, Judas, dos (o quizá las tres) cartas de Juan, y el Apocalipsis de Juan. Afirma que estos eran aceptados por la “iglesia universal”. Esto deja fuera 1ª y 2ª de Pedro, Santiago y Hebreos. Sin embargo, 1ª de Pedro estaba ampliamente aceptada en esta época y puede tratarse de una omisión del compilador (o del copista posterior). Ningún otro libro está presente excepto la Sabiduría de Salomón, y este debe ser un error puesto que pertenece a los apócrifos y nadie lo añadió jamás al Nuevo Testamento.
Hacia el 240 d.C., Orígenes de Alejandría ya estaba utilizando todos nuestros 27 libros como “Escrituras”, y ningún otro libro, y se refería a ellos como el “Nuevo Testamento”.13 Él creía que eran “inspirados por el Espíritu”.14 Pero no fue hasta el año 367 d.C. que Atanasio, también de Alejandría, nos dio la lista real de libros del Nuevo Testamento, idéntica a la nuestra.15
Sin embargo, mucho antes de tener esa lista, las pruebas muestran que los 27 libros, y únicamente esos, eran ampliamente aceptados como Escritura.
El Nuevo Testamento no se recopiló y se imprimió por Ediciones Macedonias de Tesalónica poco después de la muerte de Pablo, ni los volúmenes recién editados se enviaron en paquetes sobre palés a todas las librerías y kioscos del imperio romano. Aquí tenemos seis razones por las que se tardó tiempo en reunir todos los libros del Nuevo Testamento.
A la luz de todo esto, la maravilla no es el tiempo que pasó antes de que la mayoría de las iglesias reconocieron un canon completo del Nuevo Testamento, sino lo pronto que cada libro, después de haber sido escrito, fue aceptado como autoritativo.
Y éstos son sólo unos ejemplos de los muchos que podemos encontrar entre los líderes de la iglesia en aquel tiempo.
Al principio las iglesias no tenían necesidad de definir qué hacía que un libro fuese considerado especial e igual a las Escrituras del Antiguo Testamento. Si la carta venía de Pablo o de Pedro, eso era suficiente. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que otros comenzaran a escribir cartas y evangelios adicionales, bien para llenar las lagunas que encontraban o para propagar sus propias ideas. Se hicieron necesarias algunas pruebas o exámenes, y durante los primeros 200 años, se utlizaron estos:
¿Es apostólico? Es decir, ¿proviene de un apóstol?
Los primeros cristianos preguntaban “¿Fue escrito por un apóstol o bajo la dirección de un apóstol?” Ellos esperaban esto igual que los judíos esperaban que sus libros hubieran sido escritos por los profetas. Pablo insistió mucho en que sus lectores se aseguraran de que las cartas que recibían provenían verdaderamente de su pluma (por ejemplo en 2ª Tes. 3:17).
¿Es auténtico? Es decir, ¿tiene el sonido de la verdad?
La voz autoritativa de los profetas “Así dice el Señor” encuentra su equivalente en la afirmación de los apóstoles de que ellos no escribían las palabras de los hombres sino las de Dios (1ª Tes. 2:13). Era el testimonio interno de los mismos textos lo que constituía una fuerte prueba de su canonicidad.
¿Es antiguo? Es decir, ¿ha sido usado desde la época más temprana?
La mayoría de los escritos falsos fueron rechazados simplemente porque eran demasiado modernos para ser apostólicos. A principios del siglo IV, Atanasio hizo una lista del canon del Nuevo Testamento como lo conocemos hoy y afirmó que estos eran los libros “recibidos por nosotros por tradición como pertenecientes al canon”16.
¿Es aceptado? Es decir, ¿lo están usando la mayoría de las iglesias?
Dado que, como hemos visto, hizo falta algún tiempo para que las cartas pudieran circular entre las iglesias, es muy significativo el hecho de que 23 de los 27 libros fueran casi universalmente aceptados mucho antes de mediados del siglo II.
Cuando la tradición lleva el peso de la inmensa mayoría de las iglesias a lo largo y ancho de las comunidades cristianas diseminadas ampliamente por el vasto imperio romano, sin que ninguna iglesia controlase las creencias de todas las demás, tenemos que tomar eso en cuenta seriamente.
¿Es riguroso? Es decir, ¿se conforma a la enseñanza ortodoxa de las iglesias?
Había un acuerdo generalizado entre las iglesias a lo largo de todo el imperio en cuanto al contenido del mensaje cristiano. Ireneo preguntó una vez si un escrito concreto era coherente con lo que las iglesias enseñaban.17 Aquello era lo que descartaba la mayoría del material herético inmediatamente.
Nuestra apelación final no es al hombre, ni siquiera a la iglesia primitiva, sino a Dios, que por su Espíritu Santo ha puesto su sello sobre el Nuevo Testamento. Por su contenido espiritual y por la afirmación de sus escritores humanos, los 27 libros de nuestro Nuevo Testamento forman parte de la Escritura “inspirada por Dios”. Es perfectamente correcto dejar que esta intervención divina proteja el proceso por el cual todos los libros canónicos – y no otros – llegaron a ser aceptados finalmente. La idea de que el canon final fuese un accidente, y de que cualquier número de libros podría haber acabado en la Biblia ignora la unidad evidente y la precisión demostrable de la colección completa de 27 libros.
Bruce Metzger lo expresó bien: “No existen, de hecho, datos históricos que impidan reconocer en la convicción sostenida por la iglesia universal que, a pesar de los propios factores humanos . . . en la producción, preservación y colección de los libros del Nuevo Testamento, todo el proceso puede considerarse justamente como el resultado del control divino”.18
La creencia en la autoridad e inerrancia de la Escritura va ligada a la creencia en la preservación divina del canon. El Dios que “inspiró” (2ª Tim. 3:16) su Palabra en las mentes de los autores se aseguró de que aquellos libros, y no otros, formaran parte del canon completo de la Biblia.
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