Escalar un sendero de montaña boscosa. Sentarse tranquilamente en un bote en medio de un lago. Mirar la puesta del sol en un velo de hermoso color. Escenas como éstas, ¿te hacen adorar al Creador o a la creación?
La Escritura nos dice que Dios es el que ha hecho el universo y todo cuanto en él hay (Génesis 1:1). La belleza de la naturaleza da honor y gloria a Él y su propósito es dirigir nuestra atención y adoración a nuestro Creador (Salmo 19:1–6). Tristemente, muchas personas tienen esto al revés, honrando y dando culto a la creación, adorándola en lugar de al Creador. La Palabra de Dios describe esto como “cambiaron la verdad de Dios por la mentira” (Romanos 1:25).
Parte de esta adoración de la naturaleza involucra el cuidado por ella a cualquier costo. Mucho del movimiento ambiental de hoy en día se enfoca en los humanos como parásitos y plagas sobre la hermosa tierra. Desde esta perspectiva, los humanos son algunas de las últimas criaturas en evolucionar después de millones de años de otras formas de vida dominando el globo terráqueo, y en el corto tiempo que hemos existido, hemos destruido lo que creó la “Naturaleza”. Estos ambientalistas buscan proteger la tierra de los humanos, a pesar del costo para la humanidad. Temerosos de ser asociados con la adoración a la tierra y el desprecio al valor de la humanidad, muchos cristianos se espantan de cualquier amabilidad ambientalista. Pero, ¿cuál debe ser nuestra respuesta adecuada al cuidado de la tierra?
Como cristianos debemos rechazar la perspectiva que la naturaleza debe ser adorada y elevada sobre el bienestar de la humanidad. Sólo nosotros somos hechos a la imagen de Dios (Génesis 1:27), dándonos un valor especial que el resto de la creación nunca tendrá. Adorar a la naturaleza es idolatría, lo cual no puede tener cabida en la vida de un seguidor de Cristo (Éxodo 20:3, 1 Juan 5:21).
Pero esto no significa que debemos ver la naturaleza como algo que fue creado simple y solamente para servir a nuestras necesidades y deseos. Esta perspectiva también es una forma de idolatría que glorifica y exalta a la humanidad al devaluar al resto de la creación de Dios. Buscando en la Palabra de Dios, como siempre, obtenemos un punto de partida firme para abordar esta frecuente cuestión emocional.
Debemos empezar por entender que Dios es distinto y separado de Su creación. Pero de lo que Él ha hecho, podemos aprender acerca de Sus atributos invisibles (Romanos 1:20) y ser dirigidos a adorarle. Éste es uno de los propósitos de la creación.
Pero Dios también se goza en lo que ha hecho. Antes de haber creado al hombre, Dios declaró 6 veces que Su creación era buena. Gorriones (Mateo 10:29) y lirios del campo (Mateo 6:30) tienen valor a Sus ojos, y Él se deleita incluso en la alegría de las criaturas (Salmo 104:26). En muchas ocasiones, la Escritura celebra la belleza de lo que ha hecho Dios. Es claro que la creación le trae placer a Él.
Nosotros también tenemos un rol en la creación. Los humanos fuimos creados al final, la joya final de la tan buena creación de Dios. De todo lo que creó Dios, sólo nosotros somos hechos a Su imagen y semejanza (Génesis 1:27). Ser creados a la imagen de Dios no se trata de lo que hacemos sino acerca de para qué propósito nos creó Él, sobre lo que Él quiere que seamos. Nos da una posición especial que ninguna otra criatura en la tierra puede pretender.
También se nos fue dada una única y especial responsabilidad: “fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Adán fue puesto en el Edén “para labrarlo y guardarlo” (Génesis 2:15). Algunos cristianos asumen que “sojuzgar” y “tener dominio” implica que la tierra fue creada solamente para su uso y explotación por el hombre. Pero esto no concuerda con el testimonio de la Escritura.
Destruir descuidadamente la naturaleza, contaminando el agua y el aire, destruyendo la vida salvaje y el hábitat de los animales, o desperdiciar los recursos como sea que nos plazca no va con el carácter de Dios o el dominio que Dios mandó a la humanidad. No refleja Su cuidado por la bella flor o el gorrioncillo, tampoco da a conocer Su gozo por lo que ha hecho. Tampoco refleja Su propósito original para nosotros: labrar y guardar la creación. Éstas son las mismas palabras usadas para describir el rol de los sacerdotes en el Templo (Números 3:7–8). Esto implica que por medio de nuestro cuidado por la creación devolvamos nuestra adoración al Creador, así como aquéllos en el templo cuidaban de él para traer a las personas a adorar.
La Escritura también habla de ser un buen mayordomo, no alguien que desperdicia los recursos de su amo. Somos llamados a reflejar el corazón y el propósito del Maestro (Lucas 12:43, 16:1–2; 1 Corintios 4:1) en cómo usamos los recursos que Él nos ha confiado. Nuestro trato de la creación de Dios debe reflejar Su cuidado por Sus criaturas y Su gozo por Su creación.
Enfrentamos muchos problemas ambientales reales como la contaminación, extinción, y deforestación debido a la maldición. Cuando pecó Adán, la tierra fue maldita (Génesis 3:17) y toda la creación ahora gime (Romanos 8:20–22). Debido al pecado, ya no cuidamos y guardamos la tierra como era la intención que lo hiciéramos. Nuestra mayordomía esta distorsionada por el egoísmo, la codicia, la apatía, e incluso la pereza. Éste no es un pecado contra el planeta, como muchos creen, sino contra nuestro Creador. Pero cuando tenemos a Cristo como el enfoque de nuestras vidas, debemos desear cuidar de la creación mientras cumplimos el mandato del Creador: compartir las buenas nuevas del evangelio, proteger la vida humana, y cuidar de Su creación hasta que Él vuelva y la restaure a su estado original.
Debemos cuidar la creación para dar gloria al Creador. Conforme tomas medidas para asegurarte de ser un buen mayordomo, apunta a las persona hacia Aquél que te motiva a cuidar de la creación. Ayúdalos a reconocer que la Palabra de Dios provee un fundamento firme para cuidar de la creación, y ora para que ellos también vengan a adorar y servir al Creador que ha hecho todas las cosas y que mandó a Su Hijo para redimir a la humanidad del pecado por medio de Su muerte y Su resurrección.