Nota del Editor: Este artículo fue publicado originalmente en la revista Creation 26, no 4 (September 2004): 36-39.
Mercurio—de los 9 planetas conocidos de nuestro sistema solar, es el más cercano al sol. Es también uno de los más pequeños, sólo Plutón (el más lejano) es más pequeño. Aún Ganymede (una luna de Júpiter) y Titán (luna de Saturno) son más grandes. Aún así, Mercurio tiene mucho que decir acerca de los orígenes de nuestro sistema solar.
Mercurio es un planeta de extremos. La cara del planeta que da al sol alcanza temperaturas de cerca de 430°C (más que suficiente para derretir plomo), mientras que el lado oscuro es frígido, -170°. Mercurio gira alrededor del sol cada 88 días, y tiene la característica de girar en su eje exactamente 3 veces por cada dos órbitas completas.
Mucha de la información sobre Mercurio proviene del Mariner 10 en el vuelo de 1974–75. Falto de la variedad y color de algunos de los planetas, la superficie rocosa y con muchos cráteres de Mercurio semeja a la de la luna. Pero lo que es realmente interesante acerca de Mercurio son las cosas que no se pueden ver.
Científicos han descubierto que Mercurio tiene la densidad más alta de todos los planetas conocidos (menos la de la Tierra). Mercurio es tan denso que se cree que tiene un centro de hierro ocupando casi 75% de su diámetro.1 Esta densidad extraordinaria ha generado mucho disturbio y confusión en la astronomía evolucionista. Los evolucionistas concuerdan en modelos de la formación de los planetas … pero sus modelos dicen que Mercurio no puede ser nada cercano a lo denso que realmente es.
Después de décadas de conflicto, la mayoría de los astrofísicos de hoy se han rendido y han admitido que la alta densidad en Mercurio no puede ser acomodada dentro de los modelos de desarrollo lento y gradual.
En su lugar, la explicación preferida ahora es que billones de años atrás, un gran objeto se estrelló en Mercurio, despojándole de su material menos denso dejando la alta densidad vista actualmente.2
Considere las implicaciones de esto. Los evolucionistas han admitido que el planeta que vemos hoy ¡no puede ser explicado mediante procesos evolutivos graduales! Esta es una aceptación asombrosa. En su lugar, proponen una catastrófica colisión de hace mucho tiempo. ¿Cuál es la evidencia de esa colisión? Ninguna, simplemente que de lo contrario, ¡Mercurio desaprobaría la evolución!
Una y otra vez en la astronomía evolutiva, las colisiones cósmicas son invocadas como un tipo de vara mágica para rescatar las hipótesis evolucionistas de las evidencias. El planeta Uranio está inclinado, pero la evolución dice que no puede ser natural—por tanto, hace mucho tiempo algo lo golpeó y lo dejó así. La rotación de Venus contradice las predicciones evolucionistas—por tanto, hace mucho tiempo algo lo golpeó y lo hizo girar en sentido contrario. La atmósfera de Marte es muy delgada para los gustos evolucionistas—por tanto, solía ser más gruesa, pero hace mucho tiempo algo golpeó Marte y desprendió parte de ella. Mercurio es muy denso para la evolución—por tanto, hace mucho tiempo algo lo golpeó y convenientemente removió las partes más ligeras.
Los evolucionistas hacen oscilar su vara-colisión como les place, y todavía se burlan de la creencia “no-científica” cristiana en un diluvio global y catastrófico, a pesar de la abundante evidencia histórica y física que hay.
Los retos de Mercurio al naturalismo no están limitados a su densidad. Los evolucionistas recibieron otra sacudida cuando el campo magnético de Mercurio fue descubierto. Para entender porqué representa un problema, debemos discutir las ideas evolucionistas del magnetismo planetario.
La mayoría de los planetas del sistema solar tienen un campo magnético. ¿De dónde provienen estos campos? Los evolucionistas (y creacionistas de ‘largas eras’) sostienen una teoría ‘dínamo’ que requiere que aquellos planetas con campos magnéticos tengan también núcleos de metal derretido.
A través de una complicada serie de eventos, los movimientos de los fluidos dentro del núcleo pueden supuestamente generar un campo magnético. Los evolucionistas creen en esta idea porque es el único mecanismo que ellos han podido proponer por el cual los planetas supuestamente de millones de años de antigüedad podrían todavía tener campos magnéticos—los demás mecanismos requerirían que los planetas fueran más jóvenes.
Desafortunadamente para los que creen en largas eras, mientras más descubrimos de otros planetas, más encontramos que el modelo del dínamo no puede ser cierto para ellos.3 Esto no debería sorprendernos, pues los creyentes de las largas eras admitieron que aún la Tierra por sí misma presenta enormes problemas para el modelo dínamo, ¡y la tierra fue el primer planeta para el que se inventó el modelo y para explicarlo!4
Regresando a Mercurio, para tener billones de años de edad y todavía conservar el campo magnético debe haber movimiento de fluidos dentro del núcleo del planeta y, por tanto, el núcleo mismo debe estar derretido. Pero como los evolucionistas dicen, ‘Mercurio es tan pequeño que la opinión general es que el planeta [i.e. su núcleo] debe haberse congelado eones atrás’.5 Entonces, el núcleo no puede estar derretido y así las teorías evolucionistas tendrían que concluir que Mercurio no tiene un campo magnético. ¡Pero sí lo tiene!
Si estuvieras parado en Mercurio, verías cuando sale el sol e inmediatamente después, el ocaso, antes de que vuelva a salir otra vez viajando hacia el oeste. De manera similar, en el anochecer, vuelve a salir el sol por unos momentos, antes de ocultarse una vez más.
Esto se debe a la forma en que la rotación de Mercurio combina con su muy elíptica (forma ovalada) órbita.
Algunos evolucionistas especulan que quizás el núcleo de Mercurio no es hierro (que se habría ‘sólidificado eones atrás’), sino sulfuro de hierro, en su lugar (el cual no necesariamente se habría solidificado a través de esos eones). Pero tratando de solucionar el problema de Mercurio, se crea un problema más grande.
Un principio fundamental de la teoría de la nebulosa solar (usada para explicar cómo se formó nuestro sistema solar) es que no puede haber ningún elemento volátil tal como el azufre tan cerca del sol, por tanto, no puede haber sulfuro de hierro en Mercurio. En consecuencia, en un intento para rescatar una edad de billones de años para Mercurio, los evolucionistas están socavando los mismos fundamentos de sus ideas acerca de la formación de todo el sistema solar.6
Los creacionistas no tienen ningún problema explicando el campo magnético de Mercurio, ni el de cualquier otro planeta. Hay muchas maneras en que un planeta joven (6,000 años de edad) podría conservar su campo.7 Pero puesto que los evolucionistas rechazan una creación joven, no pueden explicar el magnetismo planetario. Como dice un evolucionista: ‘¡El Magnetismo es casi tanto como un acertijo ahora como cuando William Gilbert (1544–1603) escribió su texto clásico Concerning Magnetism, Magnetic Bodies, and the Great Magnet, Earth [Sobre el Magnetismo, Cuerpos magnéticos y el Gran Magneto, la Tierra] in 1600’!8
Cuando un cristiano examina el sistema solar, es fácil de preguntarse si el Creador diseñó los planetas específicamente para confundir las explicaciones no-creacionistas de ellos. Repetidamente, nuevos descubrimientos contradicen las ideas naturalistas. Irónicamente suficiente, en el caso de Mercurio, aún los evolucionistas admiten esto, después de cada nueva hipótesis. Ellos admiten que cualquier intento por incluir a Mercurio en sus modelos evolucionistas, los condenará hacia el fracaso—ellos dicen que Mercurio es una ‘trampa’9 que ha ‘seducido’9 a evolucionistas, y ha tenido una ‘atracción fatal para los modeladores del sistema solar.’9
Así que vemos que este pequeño, aparentemente insignificante planeta, crea enormes tropiezos para aquellos que desean negar al Creador. Ciertamente, ‘Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte’ (1 Corintios 1:27).
Spike Psarris, B.Sc., fue antes un ingeniero en el programa militar espacial de los Estados Unidos. Ahora trabaja en el sector comercial.
Traducción por Carlos Fray