Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en la revista Answers.
“Hay algo terriblemente mal con este mundo. ¿Dónde está Dios en todo esto?” Si alguna vez has escuchado o te has preguntado estas cosas, este artículo es para ti.
Es difícil negar que el mundo en el que vivimos está roto. Terriblemente roto. Somos constantemente bombardeados con noticias de tiroteos sin sentido y ataques terroristas. Las guerras continúan sin final. Los desastres naturales tales como tornados, terremotos e inundaciones toman muchas vidas cada año. A pesar de nuestra maravillosa y moderna tecnología médica, miles y miles de personas mueren cada año de cáncer, derrames cerebrales, diabetes o de alguna infección severa.
Más allá de esto vemos codicia, pobreza, abusos, celos, racismo y aparentemente toda posible manifestación de la inhumanidad del hombre hacia su prójimo. Es una imagen horrible. Este mundo está roto y no parece hallar su camino.
Así que, ¿dónde está el Dios amoroso que lo sabe todo en medio de todo este dolor y sufrimiento?
Muchas personas creen que la muerte y el sufrimiento son razones para negar la misma existencia de Dios. Ellos sostienen que un Dios bueno no permitiría, ni podría permitir que todas estas horribles cosas siguieran sucediendo. Si Él existe, y si en verdad es un Dios bueno, ¿no querría detener estas cosas? Por lo tanto, razonan, Dios no puede existir. A veces hasta cubren sus apuestas añadiendo que, si Él en realidad existiera, no podría ser un Dios bueno ya que continuamente permite que le sucedan cosas malas a la gente buena.
Pero en última instancia, ésta es una lógica defectuosa. Vamos a analizarla.
Sí Dios no existe, ¿cómo explicamos el mundo físico a nuestro alrededor? Si no hay un Dios que creó el universo, ¿de dónde salió todo entonces? La simple respuesta del mundo es que todo salió de la nada. La materia simplemente explotó y se transformó en existencia de la nada. Entonces, durante billones de años, las moléculas colisionaron al azar, dando como resultado la formación de planetas, estrellas y galaxias.
De esta materia sin vida surgió la vida. La primera célula simple se armó a sí misma. Entonces, por medio de mutaciones al azar y la selección natural (la supervivencia de los más aptos), las formas de vida se hicieron más y más complejas hasta que, por último, el hombre se convirtió en un ser.
A esto se le llama evolución.
No hay Dios. No hay nada más que químicos mezclándose entre sí durante millones de años.
En un universo que es meramente el resultado de reacciones químicas al azar durante millones de años, no habría un “dios” al que deberíamos dar cuentas. Pero en un universo como ese, un universo sin una suprema autoridad moral, ¿cómo se determina lo correcto y lo incorrecto, y lo bueno y lo malo? En el análisis final, ¿cómo se hacen los juicios morales? ¿Quién decide? La respuesta es que todos deciden por sí mismos lo que es correcto y lo que es incorrecto.
Charles Darwin entendía esto. En su autobiografía, Darwin escribió: “Un hombre que no ha asegurado una creencia en la existencia siempre presente en un Dios personal o en una futura existencia con retribución y recompensa, puede tener como regla en su vida, tan lejos como puedo ver, sólo el seguir esos impulsos e instintos que son los más fuertes o que le parecen los mejores”. Así que, en un universo sin Dios, la moralidad está en juego. Cada quien decide sus estándares morales.
Cuando la gente niega la existencia de Dios debido a toda la muerte y el sufrimiento que ve, tiene un problema. Aún si la evolución fuera verdad, el mundo seguiría roto. Así que, si uno no puede culpar a Dios, ¿entonces a quién puede culpar?
PARA ENTENDER ESTE PROBLEMA, DEBEMOS REGRESAR AL PRINCIPIO.
Como verá, muchas personas piensan que son buenas, o al menos mejor o más merecedoras que las personas malas que ven a su alrededor. Por lo tanto, en la forma en que ellas lo razonan, es injusto que les sucedan cosas malas a ellas. A menudo también dicen que es injusto que les sucedan cosas malas a otras personas que ellas creen que son buenas o inocentes.
Sin embargo, sin Dios, estas mismas personas no tienen un fundamento para determinar lo que es bueno y lo que es malo sino nada más que su propia opinión. Además, es inconsistente decir que la gente es básicamente buena y luego renegar por la muerte y el sufrimiento que los humanos se infligen los unos a los otros. Después de todo, ¿no significaría eso que la gente buena está sufriendo en las manos de otra gente básicamente buena?
La gente es generalmente rápida para volver a Dios un chivo expiatorio. Él se lleva la culpa de todo desde el cáncer hasta asesinatos y tsunamis. Si el sufrimiento que vemos es evidencia de que Dios es cruel o injusto, ¿porqué las cosas buenas no son igualmente evidencia de que Dios es amoroso y justo? Después de todo, vemos demasiadas cosas buenas en el mundo. Niños son rescatados de edificios en llamas, gente dona órganos a desconocidos, los bancos de comida alimentan a los que no tienen hogar, voluntarios trabajan en asilos para ancianos, y la lista continúa.
Tal parece que la gente nunca se lleva la culpa. Sólo el crédito.
Sí, es obvio que hay sufrimiento en el mundo, pero Dios no puede ser culpado. ¿De quién es la culpa entonces? Muy simple: es nuestra culpa. El mundo está roto por causa de nuestro pecado. La mayoría de la gente falla al factorizar esto en la ecuación.
Para entender el problema de la muerte y el sufrimiento, tenemos que regresar al principio. Tenemos que regresar a Génesis. En Génesis 1:1 leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Dios es el Creador. Todo fue creado por medio de Él y para Él (Colosenses 1:16).
Dios creó todas las cosas en seis días. En el sexto día, Él creó al hombre. Entonces dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). Así que, el hombre no es simplemente el resultado de reacciones químicas durante millones de años. El hombre está hecho conforme a la imagen de Dios.
Al final del sexto día de la Semana de la Creación, Dios completó su actividad creativa. Era una creación perfecta. “Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno” (Génesis 1:31).
En este paraíso perfecto, al hombre y a los animales se les dieron plantas para comer. Sí, originalmente éramos vegetarianos. Dios dijo además: “He aquí que les he dado toda planta que da semilla que está sobre la superficie de toda la tierra, y todo árbol cuyo fruto lleva semilla; ellos les servirán de alimento” (Génesis 1:29).
¿Por qué es esto importante? Es muy importante porque los animales no se mataban los unos a los otros para obtener comida. La gente no mataba a los animales para conseguir comida. En el principio, en este paraíso perfecto, no había muerte de animales.
En el paraíso perfecto, Dios estaba en control, así como lo está ahora. Él tenía la autoridad, y Él estableció reglas. A Adán y Eva se les dijo que no comieran del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y el Señor Dios mandó al hombre diciendo: “Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, ciertamente morirás.” (Génesis 2:16-17).
Así que, a Adán y Eva se les dio una opción: obedezcan y vivirán desobedezcan y morirán.
Entonces la mujer vio que el árbol era bueno para comer, que era atractivo a la vista y que era árbol codiciable para alcanzar sabiduría. Tomó, pues, de su fruto y comió. Y también dio a su marido que estaba con ella, y él comió. (Génesis 3:6).
Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora. (Génesis 8:22).
El pecado ha destruido nuestro mundo. El dolor, el sufrimiento y la muerte que vemos son los resultados de ese pecado. El hombre decidió desobedecer, y el sufrimiento que vemos y experimentamos es la consecuencia de esa rebelión contra nuestro Creador.
Muchas personas se preguntan: “¿Porqué Dios no simplemente desaparece todo el mal?” Bueno, ciertamente Dios podría quitar todo el mal, pero en el proceso nosotros también desapareceríamos. Después de todo, no somos buenos. Todos somos pecadores. Todas las personas descienden de Adán y Eva. Cada uno de nosotros tiene una naturaleza pecaminosa y ha pecado al romper las reglas de Dios.
Todos somos pecadores. Fue nuestra rebelión la que destruyó la creación de Dios y trajo el sufrimiento al mundo. El pecado debe ser juzgado. Eso es justo y es correcto.
Sin embargo, nuestro Dios no es sólo el Juez justo, Él también es un Dios de amor. Aún antes de la fundación del mundo, Dios tenía un plan.
Jesucristo nacería en este mundo para que pudiéramos ser redimidos. Él sería ese sacrificio perfecto que llevaría nuestro pecado sobre sí mismo en la Cruz del Calvario. Él venció a la muerte para que nosotros pudiéramos pasar la eternidad en el cielo si nos arrepentimos de nuestros pecados y ponemos nuestra fe y confianza en Él.
Sí, nuestro mundo está roto. Las pruebas y el sufrimiento que experimentamos a menudo parecen demasiado difíciles de soportar. Pero nuestro tiempo en la tierra es sólo un parpadeo comparado con una eternidad en el cielo.
El gemido del mundo a nuestro alrededor y el dolor que nos aflige a cada uno de nosotros es un recordatorio que estará siempre presente del horrible precio del pecado. Pero Jesucristo pagó ese precio en la Cruz y se levantó de los muertos en victoria. Nunca olvide la esperanza que tenemos en Cristo.