Los documentales televisivos sobre la evolución del hombre son abundantes. Algunos de los que han logrado mayor popularidad en los últimos años han sido Caminando con el hombre de las cavernas (Walking with the Cavemen), producido por la BBC y transmitido en el canal Discovery en el año 2003, El viaje del hombre: Una odisea genética (The Journey of Man: A Genetic Odisey), producido por la National Geographic en el 2003 y Sobreviviente: El misterio nuestro (Survivor: The mystery of us) (2005), también de la National Geographic. Todos estos programas presentan como un hecho la historia de la evolución del hombre a partir de criaturas simiescas durante varios miles de años. Estos documentales dicen que los antropólogos encontraron el eslabón perdido de la cadena de la evolución del hombre y que los científicos han “comprobado”, según un estudio del ADN y de otros estudios, que la evolución sí se lleva a cabo. Pero, ¿cuál es la prueba real de la evolución del hombre? ¿Cuál de las evidencias no escuchamos? En este capítulo, examinaremos cómo elaboran los antropólogos un hombre a partir de un simio o simios de un hombre. Y de nuevo, concluiremos que las evidencias revelan el hecho de que el hombre es una creación única, hecha a la imagen de Dios.
Tal vez el trago amargo de un cristiano es intentar “hacer las paces” con Darwin por la supuesta ascendencia simiesca del hombre. Incluso hay cristianos que carecen de sentido crítico y aceptan la evolución como “la manera en que Dios crea” y tratan de alguna manera de elevar el origen del hombre, o por lo menos de su alma, por encima de la de todas las bestias. Los evolucionistas tratan de suavizar el asunto asegurando que el hombre no evolucionó exactamente del simio (sin cola), pero sí de criaturas simiescas. Sin embargo, esto es algo simplemente semántico puesto que muchos de los presuntos ancestros simiescos del hombre son simios con nombres científicos, entre los cuales está la palabra pithecus (derivada del griego pithēkos y significa “simio”). El ampliamente aclamado “ancestro humano” comúnmente conocido como “Lucy”, por ejemplo, tiene el nombre científico de Australopithecus afarensis (que quiere decir “simio meridional del triángulo de Afar de Etiopía). Pero, ¿qué dice la Biblia sobre el origen del hombre, y cuál es la evidencia científica que reclaman los evolucionistas con relación a nuestra ascendencia simiesca?
Dios nos dice que El creó el mismo día todos los animales que caminan en la tierra (el sexto). El creó al hombre por separado, a Su imagen, con la intención de que el hombre ejerciera dominio sobre toda cosa viviente en la tierra (Gn. 1:26–28). A partir de esta declaración que Dios enunció, es claro que no hay ningún animal que pueda estar al mismo nivel del hombre, y ciertamente ninguno de sus ancestros.
Cuando Dios presentó los animales a Adán para que les pusiera nombre, El observó que “no había ayuda idónea para Adán (Gn. 2:20). Jesús confirmó esta singularidad del hombre y de la mujer cuando declaró que el matrimonio es entre un hombre y una mujer porque “desde el comienzo de la creación Dios los hizo hombre y mujer” (Marcos 10:6). Esta aseveración no deja ninguna posibilidad a prehumanos ni a miles de millones de años de evolución cósmica anterior a la aparición del hombre en la tierra. Adán escogió el nombre de “Eva” para su esposa porque reconoció que ella sería “la madre de todos los vivientes” (Gn. 3:20). El Apóstol Pablo enunció claramente que el hombre no es un animal cuando dijo: “No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces y otra la de las aves” (1 Co. 15:39).
Mientras los cristianos que creen en la Biblia comienzan con la suposición que la Palabra de Dios es la verdad y que el ancestro del hombre se remonta únicamente a un Adán y a una Eva completamente humanos, los evolucionistas comienzan asumiendo que el hombre proviene, de hecho, del simio. Ningún paleoantropólogo (persona que estudia la evolución humana y su registro fósil) se atrevería a plantear la pregunta: “¿Evolucionó el hombre del simio?” La única pregunta válida sería: “¿de cuál simio evolucionó el hombre?”
Como los evolucionistas en general creen que el hombre no proviene de ninguno de los simios actuales, esperan que los fósiles de humanos y de simios les proporcionen la evidencia que buscan. Específicamente, los evolucionistas fijan su mirada en cualquier característica anatómica que parezca “intermedia” entre el simio y el hombre. Aquellos fósiles de simios que poseen dichas características son declarados como ancestros del hombre (o al menos parientes colaterales) y son llamados homínidos. Por otro lado, los simios que viven actualmente no son considerados como homínidos, sino más bien como hominioideos porque son simplemente similares al hombre, pero no evolucionaron hasta el punto de convertirse en seres humanos. Sin embargo, los evolucionistas están dispuestos a aceptar más similitudes entre los huesos fosilizados de simios ya extintos y los huesos del hombre moderno como “prueba” de nuestro antepasado simiesco.
Aunque se pueden citar muchas similitudes entre los simios actuales y los humanos, la única evidencia histórica que podría apoyar este linaje simiesco debe provenir de los fósiles. Desafortunadamente, el registro fósil del hombre y de los simios es muy escaso. Aproximadamente el 95% de los fósiles que se conocen pertenecen a marinos invertebrados, cerca del 4,7% son de algas y plantas, alrededor del 0,2% son de insectos y otros invertebrados y tan solo cerca del 0,1% proceden de vertebrados (animales con huesos). Finalmente, solo una mínima pequeña fracción inimaginable de fósiles de los vertebrados corresponden a primates (humanos, simios, monos y lémures).
Como los fósiles homínidos son una rareza, hasta aquellos que se especializan en la evolución del hombre nunca han visto un fósil homínido original, y mucho menos han tenido la oportunidad de manipularlos o de estudiarlos. La mayoría de los documentos científicos sobre la evolución del hombre están basados en modelos o prototipos originales (o inclusive en fotos publicadas con sus medidas y descripciones). El acceso a fósiles homínidos originales está estrictamente limitado por aquellos que los descubrieron y frecuentemente es confinado a aquellos evolucionistas favorecidos que están de acuerdo con la interpretación de los que hallaron el fósil.
Como se adquiere mucho más prestigio al encontrar un antepasado del hombre que un antepasado de cualquiera de los simios actuales (o peor aún, simplemente de un simio extinto), se ejerce una gran presión sobre los paleoantropólogos para que declaren casi cualquier tipo de fósil de simio como “homínido”. Consecuentemente, no hay mucho interés en investigar los ancestros de los simios actuales.
Los maestros que enseñan la teoría de la evolución (¡con frecuencia en la clase de ciencias sociales!) en nuestras escuelas y colegios tienen muy poco conocimiento sobre la anatomía humana, y nada de la de los simios. Pero no vale la pena considerar la prueba del fósil para la evolución del hombre como proveniente del simio sin primero entender las diferencias anatómicas básicas y funcionales existentes entre los esqueletos del hombre y del simio.
Debido a su relativa dureza, lo que más frecuentemente se encuentra en los fósiles de los primates son fragmentos de los dientes y de las mandíbulas. Por consecuencia, gran parte de las pruebas del antepasado simiesco del hombre se basa en las semejanzas de los dientes y mandíbulas.
En contraste con el hombre, los simios tienden a tener dientes incisivos y caninos relativamente más grandes que sus molares. Mientras la capa de esmalte de la dentadura de los simios es delgada (capa externa más fuerte del diente), la de los humanos es generalmente más gruesa. Por último, mientras la forma de la mandíbula de los simios tiende a ser una U, la de la de los hombres es más una parábola.
El problema de declarar un fósil de simio como un ancestro de los humanos (por ejemplo, un homínido) teniendo en cuenta ciertas características humanas de la dentadura es que algunos simios de la actualidad tienen estas mismas características y sin embargo no son considerados como ancestros del hombre. Algunas especies de simios babuinos o papiones modernos, por ejemplo, tienen dientes caninos e incisivos relativamente pequeños mientras que en cierta medida sus molares son grandes. Mientras que la mayoría de los simios cuentan con una capa delgada de esmalte, la capa del esmalte de otros como la de los orangutanes es relativamente gruesa. Es claro que la dentadura habla más de la dieta y hábitos alimenticios de un animal que de su supuesta evolución. No obstante, el criterio que más comúnmente se tiene en cuenta para declarar que un fósil simio es un homínido es la capa gruesa del esmalte.
Se empleó ingenio artístico para que de un simple diente se ilustraran varios “hombres simio”. Al comienzo de los años 1920 la revista London Illustrated News publicó una caricatura en la que de un solo diente dibujaban al “hombre simio” Hesperopithecus ¡con su esposa, hijos, animales domésticos y cueva! Los expertos utilizaron este diente, conocido como “el hombre de Nebraska”, como prueba de evolución del hombre en el juicio de Scopes en 1925. Partes del esqueleto junto con la dentadura fueron descubiertos en 1927 y se concluyó que el hombre de Nebraska era realmente un ¡pecarí extinto (puerco salvaje o jabalí)!
El cráneo es tal vez la parte más interesante de los fósiles de los primates porque allí se aloja el cerebro y con la ayuda de algunos artistas creativos nos da la oportunidad de mirar a nuestros presuntos ancestros cara a cara. El cráneo humano puede fácilmente distinguirse del de los simios actuales, aunque pueden existir ciertas similitudes.
La bóveda del cráneo humano es grande porque su cerebro es relativamente grande comparado con el de los simios. Aun así, el tamaño del cerebro de un humano adulto normal puede variar hasta aproximadamente tres veces el tamaño del cerebro más pequeño de un ser humano adulto. Estas diferencias no tienen ninguna relación con la inteligencia. El cerebro de los simios adultos es por lo general aún más pequeño que el cerebro más chico de un hombre adulto y, por supuesto, no es posible comparar estas inteligencias.
Quizás la mejor manera de diferenciar el cráneo simiesco de uno humano es examinándolos de costado (vista lateral). Desde esta perspectiva, la cara del humano es prácticamente vertical, mientras que la del simio se inclina hacia adelante desde la parte superior del rostro hasta el mentón.
Al observar un simio de perfil, se percibe que la cavidad ósea del ojo (órbita) se encuentra encubierta (oculta) por la parte superior, plana y ancha de la cara. Los seres humanos, por el contrario, tienen la frente y la parte superior del rostro y la frente más curvas, lo que hace que se pueda observar más claramente la órbita del ojo en un plano lateral.
La evidencia que se busca con más ahínco en los fósiles homínidos es cualquier característica que pueda sugerir bipedación (habilidad de caminar sobre los dos miembros inferiores). Como los humanos caminamos con las piernas, cualquier rasgo de bipedación en un fósil simiesco es considerado como una evidencia contundente del linaje simiesco del hombre según los evolucionistas. Pero debemos tener en cuenta que un simio camina con sus patas de una manera totalmente diferente de lo que lo hace el hombre con sus piernas. El estilo particular de la marcha del ser humano exige una integración compleja del esqueleto y de los músculos de nuestras caderas, piernas y pies. Los evolucionistas examinan de forma detallada los huesos de la cadera (pelvis), del muslo (fémur), de la pierna (la tibia y la fíbula o peroné) y del pie de los fósiles de los simios con la finalidad de detectar cualquier característica anatómica que pueda sugerir la bipedación.
Los evolucionistas están particularmente interesados en el ángulo de flexión formado por el fémur y la tibia cuando se encuentran con la rodilla. Los humanos pueden manejar su peso cuando caminan porque el fémur converge en la rodilla formando un ángulo de flexión de aproximadamente 9o con la tibia (en otras palabras, somos un poco rodilli-juntos pati-apartados). Por el contrario, los chimpancés y gorilas tienen piernas rectas muy separadas sin ángulo de flexión, fundamentalmente 0o. Estos animales logran mantener el peso sobre sus pies al marchar balanceando sus cuerpos de lado a lado, conocido familiarmente como “caminado de simio”.
Los evolucionistas asumen que el fósil de un simio que presenta un ángulo de flexión elevado (como el de un humano) demuestra que los simios eran bípedos y que, de hecho, evolucionaron hasta llegar a ser humanos. Se considera que ciertos australopitecinos (criaturas con forma simiesca) caminaron como nosotros y, por consiguiente, son nuestros ancestros; especialmente porque tuvieron un ángulo de flexión alto. Sin embargo, los ángulos elevados no son exclusivos de los humanos; hoy día existen simios con ángulos de flexión elevados que caminan graciosamente en las ramas de los árboles, mientras que en el suelo lo hacen torpemente.
Entre los simios actuales que presentan ángulos de flexión con valores altos (comparables a los del hombre) están el orangután y el simio araña, ambos excelentes escaladores de árboles y capaces únicamente de desplazarse de forma simiesca por el suelo con sus dos patas. El punto es que existen simios y monos que viven en los árboles y presentan las mismas características anatómicas que los evolucionistas consideran como evidencias definitivas de bipedación, aunque hasta la fecha ninguno de estos animales camina como el hombre ni nadie ha sugerido que sean nuestros ancestros o nuestros descendientes.
El pie humano es único y su función y apariencia no tienen nada que ver con el pie de un simio. El dedo gordo del pie del hombre está alineado con el pie y no sobresale lateralmente como el de los simios. Los huesos de los dedos humanos son relativamente derechos y no son curvos como los de los simios que permanecen en posición de agarre.
Cuando el hombre camina, lo que hace contacto con el suelo es el pie. Después, el peso del cuerpo se distribuye desde el talón a lo largo del margen externo del pie hasta la base del dedo pequeño. Desde este último dedo, el peso se dirige hacia el interior por la base de los dedos hasta finalizar provocando desde el dedo gordo un impulso. Ningún simio tiene un pie o algo que le impulse hacia adelante como lo tiene el pie humano; por consiguiente, un simio no puede caminar con el paso característico del hombre ni dejar huellas humanas.
La pelvis (huesos de la cadera) juega un papel importantísimo; la manera característica en que se desplaza el hombre exige que la pelvis sea totalmente diferente a la de los simios. De hecho, solamente con examinar la pelvis, se puede determinar si un simio tiene la habilidad de caminar como lo hace un humano.
La parte de los huesos de la cadera que está exactamente debajo de nuestra cintura se denomina la pala ilíaca. Desde una vista superior, estas palas son curvas e inclinadas hacia adelante, como el timón de un avión. Las palas ilíacas de los simios, por el contrario, se proyectan directamente hacia afuera y al lado como el manubrio de una patineta. Con una pelvis simiesca es sencillamente imposible caminar como un humano. Con esta sola característica, se puede fácilmente diferenciar los simios de los humanos.
Solo hay tres maneras de hacer un “hombre simio”
Sabemos por las Escrituras que Dios no creó ningún “hombre simio”. Solamente hay tres maneras para que los evolucionistas puedan crear un “hombre simio”:
Estos tres enfoques son utilizados por los evolucionistas cada vez que intentan llenar el vacío irreconciliable existente entre el hombre y el simio con los fósiles del hombre simio.
Se ha comprobado que el hombre de Piltdown, el ejemplo más famoso de un hombre simio, resultó de la combinación de huesos humanos y simiescos. En 1912, Charles Dawson, médico y paleontólogo aficionado, descubrió una mandíbula (inferior) y la parte de un cráneo en una cantera de Piltdown, Inglaterra. La mandíbula tenía rasgos simiescos que mostraban un aparente desgaste similar a los rastros dejados por los hábitos alimenticios de un ser humano. Por otro lado, el cráneo claramente pertenecía a un hombre. Estos dos especímenes fueron combinados para formar lo que se llamó el “hombre de Dawn”, de una edad estimada de 500.000 años.
Todo este caso resultó ser un engaño elaborado. De hecho, efectivamente el cráneo era humano (fósil de unos 500 años de edad), la mandíbula era de un orangután hembra moderno cuyos dientes habían sido limados obviamente para que lograran una apariencia más próxima a la dentadura desgastada de un humano. Lo cierto es que el canino largo fue limado tan profundamente que la cámara de la pulpa quedó expuesta y después tuvo que ser rellenada para poder ocultar el daño hecho. Parecería verdaderamente que al examinar el diente cualquier científico competente habría concluido que era o bien un engaño o el ¡primer tratamiento de conductos que se hubiera llevado a cabo en el mundo! A pesar del examen cuidadoso realizado por parte de las mejores autoridades en la materia a nivel mundial, el éxito logrado por este fraude durante un poco más de 50 años permitió que el evolucionista sir Solly Suckerman declarara: "Es muy dudoso que haya algo de ciencia en la búsqueda de antepasados humanos"1.
Muchos hombres mono son simplemente simios que los evolucionistas han intentado elevar de categoría para cubrir la brecha existente entre los simios y el hombre. Esto incluye tanto a todos los Australopitecinos así como a toda una multitud de simios extintos, como los Ardipithecus, Orrorin, Sahelanthropus y Kenyanthropus. Obviamente, todos tienen cráneo, pelvis, manos y pies de simios; sin embargo, los australophitecinos (especialmente el Australopithecus afarensis) normalmente son ilustrados con manos y pies idénticos a los del hombre, con alineación y postura corporal recta y con movimientos humanos al caminar.
El ejemplar más conocido del A. afarensis es el fósil comúnmente llamado “Lucy”. El maniquí de “Lucy”, que aparenta estar vivo y se exhibe en la sección Mundo Vivo del zoológico de St. Louis, expone una hembra con pies, manos y cuerpo de un ser humano velludo, pero con cabeza de simio. Lucy mide 91,44 cm, presenta una postura erecta y una pose meditabunda, pues su dedo índice derecho doblado está debajo de su mentón y su mirada se pierde a lo lejos, como si sus ojos estuvieran contemplando la mente de Newton.
Pocos visitantes son conscientes de que ésta es una flagrante representación falsa del conocido fósil simio Australopithecus afarensis. Estos simios son conocidos por caminar con sus muñecas en una posición doblada y apoyados sobre los nudillos de sus brazos. Las manos y los pies de esta criatura tienen claramente rasgos simiescos. Los paleoantropólogos Jack Sterna y Randall Sussman2 afirmaron que las manos de esta especie son “sorprendentemente similares a las manos que se encontraron en la gama más pequeña de chimpancés pigmeos comunes”. Ellos manifiestan que tanto las manos como los pies son “largos, curvos y de músculos pesados” muy similares a los de los primates que viven en los árboles. Los autores concluyen que ningún primate actual tiene semejantes pies ni manos “con un propósito diferente al de responder a su necesidad de vida arborícola (vivir en árboles), ya sea de una manera parcial o total”.
A pesar de la evidencia contraria, los evolucionistas y los responsables de esta sección en los museos continúan exponiendo a Lucy (A. afarensis) con pies virtualmente humanos (aunque algunos exhiben definitivamente sus manos con dedos largos y curvos).
En un esfuerzo por cerrar la brecha entre los simios y el hombre, algunos fósiles de hombres han sido declarados como de “simios” y por consiguiente, ancestros del hombre “moderno”. Se podría decir que este último esfuerzo busca elaborar un “simio” a partir del hombre. Los fósiles humanos que son considerados “hombres simio” son generalmente clasificados bajo el género Homo (que significa uno mismo) el cual incluye el Homo erectus, el Homo heidelbergensis, y el Homo neanderthalensis.
Los fósiles humanos más conocidos son el hombre de Cro–Magnon (cuyas pinturas maravillosas fueron encontradas en las paredes de unas cuevas en Francia) y el hombre de Neandertal. Ambos son claramente humanos y por largo tiempo han sido clasificados como Homo sapiens. En años recientes, sin embargo, el hombre de Neandertal ha sido degradado a una especie diferente: Homo neanderthalensis.
El hombre de Neandertal fue descubierto en 1856 por trabajadores que estaban excavando en una cantera de piedra caliza en el valle de Neander cerca de Dusseldorf, Alemania. Los fósiles fueron examinados por un anatomista (profesor Schaafhausen) que concluyó que eran huesos humanos.
Al principio, no se prestó mucha atención a estos hallazgos, pero con la publicación del libro El origen de las especies de Darwin en 1859, comenzó la investigación de los figurados “ancestros simiescos” del hombre. Los darwinianos alegaron que el hombre de Neandertal era una criatura simiesca, mientras varios críticos de Darwin, entre ellos el gran anatomista Rudolph Vinchow, afirmaron que eran huesos humanos en todos los sentidos, a pesar de que algunos parecían haber sufrido de raquitismo o artritis.
En diferentes sitios del mundo se han encontrado más de 300 hombres de Neandertal, incluidos Bélgica, China, África Central y África del Norte, Iraq, la República Checa, Hungría, Grecia, Europa Noroccidental y el Oriente Medio. Este grupo de hombres se caracterizaba por tener cejas prominentes (como la de los actuales aborígenes australianos), frente baja, cráneo largo y delgado, mandíbula superior prominente y mandíbula inferior fuerte con un mentón corto. Fueron individuos de pecho ancho, huesos largos y de constitución fornida. Debe, sin embargo, enfatizarse que ninguna de estas características está por fuera del rango normal de la anatomía humana. De manera interesante, se destaca que el tamaño del cerebro (basado en la capacidad craneana) del hombre de Neandertal era más grande que el del hombre promedio moderno, aunque esto es raramente subrayado.
La mayoría de los conceptos erróneos resultaron de las afirmaciones hechas por el paleontólogo francés Marcelin Boule , 1908, que estudió dos esqueletos de hombres de Neandertal encontrados en Le Moustier y La Chapelle–aux–Saints, Francia. Boule declaró que los hombres de Neandertal eran bestias inferiores intelectual y anatómicamente y que estaban más estrechamente relacionados con los simios que con los humanos. El aseveró que la postura que tenían era encorvada, que la distribución de ciertas vértebras espinales era simiesca e incluso afirmó que sus pies contaban con una “posición de agarre” similar a la de los gorilas y chimpancés. El señor Boule concluyó que el hombre de Neandertal no podía haber caminado de manera erecta, sino más bien haberlo hecho de una manera torpe. Estos puntos de vista bastantes imprecisos y sesgados prevalecieron y fueron propagados por otros evolucionistas hasta mediados de los años 1950.
Los anatomistas William Straus y A. J. Cave examinaron en 1957 uno de los hombres de Neandertal de Francia (el de La Chapelle–aux–Saints) y determinaron que el individuo había sufrido de artritis crónica (tal como lo había sugerido Virchow casi 100 años antes), enfermedad que había afectado sus vértebras y encorvado su postura. La mandíbula también se había afectado. Estas observaciones son consistentes con el clima de la glaciación en la que vivieron los neandertales. Es muy posible que ellos hayan buscado resguardo en cuevas que, junto con una pobre dieta y falta de luz solar, los hayan podido llevar fácilmente a desarrollar enfermedades que afectaron los huesos, como el raquitismo.
Adicional a la prueba anatómica, hay una evidencia cultural creciente que le da status humano al hombre de Neandertal. Ellos enterraban a sus muertos y elaboraban costumbres fúnebres que incluían el arreglo del cuerpo y cubrirlo con flores. Fabricaban una gran variedad de herramientas de piedra y trabajaban con pieles y cueros. Una flauta de madera fue descubierta recientemente entre los restos de un hombre de Neandertal; además, hay pruebas que sugieren que contaban con cuidados médicos. Algunos especímenes muestran evidencia de haber sobrevivido una edad mayor, a pesar de haber sufrido numerosas heridas, huesos rotos, ceguera y otras enfermedades. Esto sugiere que estos individuos fueron atendidos y alimentados por otros que mostraron compasión humana.
Aun así, continúan los esfuerzos por deshumanizar de alguna manera al hombre de Neandertal. Varios evolucionistas insisten que este último no está ni siquiera relacionado directamente con el hombre moderno por algunas diferencias en ¡un pequeño fragmento de ADN! Por cierto, en el hombre de Neandertal no hay nada inferior al hombre moderno. Una de las primeras autoridades del mundo en el tema del Neandertal, Erik Trinkaus, concluye: “Comparaciones minuciosas de restos de esqueletos de hombres de Neandertal con los del hombre moderno han demostrado que no hay nada concluyente en la anatomía del Neandertal que indique habilidades locomotoras, manipulativas, intelectuales o lingüísticas inferiores a aquellas del hombre moderno”3.
Entonces, ¿por qué hay esfuerzos continuos en elaborar simios a partir del hombre y hombres a partir del simio? En una de las más francas y honestas evaluaciones con relación a este tema y a la metodología que se utiliza en paleoantropología, El Dr. David Pilbeam (distinguido profesor de antropología) declaró lo siguiente:
“Quizás generaciones de estudiantes de la evolución del hombre, incluido yo, hemos estado debatiendo en la oscuridad los siguientes puntos: nuestra base de datos es muy escasa y evasiva para que nuestras teorías puedan moldearse allí. Las teorías son más declaraciones sobre nosotros y nuestra ideología que sobre el pasado. La paleoantropología evidencia más el cómo se ve el hombre a sí mismo que sobre su origen. Pero eso es una herejía”4.
¡Oh, que estas herejías fueran impresas como una advertencia en cada libro de texto, revista, artículo de periódico y estatua que presumiblemente tiene que ver con el origen bestial del hombre!
No, nosotros no descendemos del simio. Al contrario, Dios creó al hombre el día seis como corona de su creación. Somos la creación especial de Dios, hechos a Su imagen, para rendirle gloria. ¡Qué revolución generaría esta verdad si nuestra cultura evolucionada realmente la entendiera!
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