Nota del editor: Primera publicación en St. Louis MetroVoice 3, no. 8 (agosto de 1993).
Uno de los axiomas más fundamentales de la biología es que toda la vida proviene de vida preexistente. Sin embargo, hasta finales del siglo XIX, se creía que la vida surgía de materia inanimada a través de un proceso llamado “generación espontánea”. En el antiguo Egipto, por ejemplo, se pensaba que los ratones surgieron del lodo del rio Nilo. En el año 1600, J.B. Helmont incluso reportó “pruebas” para la generación espontánea de los ratones, afirmando que, si se colocaban juntos trigo, queso y ropa sucia en una jarra, los ratones ¡eventualmente aparecerían! Esta idea de la generación espontánea de la vida de lo inanimado estuvo tan arraigada en el pensamiento de los biólogos que tomó casi 200 años de evidencia experimental para completamente refutar esta idea.
En el año 1650, Francesco Redi, un físico italiano, demostró que las larvas provenían de mocas vivas y no de carne sin vida como se creía mayormente. Este fue un golpe serio para la generación espontánea, pero cuando las bacterias fueron descubiertas, se pensaba que por lo menos los microorganismos pudieron haber surgido de lo inanimado. Esta noción también fue finalmente refutada en 1864 por el gran científico (y creacionista) Louis Pasteur, quien demostró que las bacterias solo pueden preceder de una bacteria viva. Cuando Pasteur informó sus resultados ante la academia francesa, declaró con seguridad que “debido a este golpe mortal nunca surgirá la doctrina de generación espontánea”. Pasteur nunca se imaginó que las ampliamente desacreditadas ideas evolucionistas de su contemporáneo, Charles Darwin, serían un día extensamente aceptadas por la comunidad científica, reviviendo una vez más la noción de la generación espontánea. En su libro, The origins of life (Los origenes de la vida), el evolucionista Cyril Ponnamperuma dijo:
Es quizás irónico que les hablemos a los estudiantes principiantes en bilogía acerca de los experimentos de Pasteur como un triunfo de la razón sobre el misticismo y aun así estemos volviendo a la generación espontánea; sin embargo, en un sentido más refinado y científico, es decir, a la evolución química.
La mayoría de los evolucionistas están absolutamente seguros de que la vida evolucionó por casualidad (sin intervención divina) de sustancias químicas no vivas a través de un proceso llamado “evolución química”. Algunos evolucionistas incluso insisten en que la vida debió evolucionar más de una vez en la tierra. Muchos evolucionistas están seguros de que la vida ha evolucionado muchas veces en muchos otros lugares del universo. Aunque Darwin habló deseosamente de la posibilidad de que la vida emergiera de simples compuestos químicos en algún “pequeño charco cálido”, nunca ha habido evidencia de que algo remotamente parecido a eso haya pasado. De hecho, la evidencia para la evolución química es tan vergonzosa, que algunos evolucionistas insisten en que toda la idea del origen de la vida ni siquiera es parte de la teoría de la evolución sino una conspiración de los creacionistas para desacreditar la evolución.
Los evolucionistas suponen que la vida evolucionó gradualmente meramente del hidrogeno en una serie de etapas. La primera etapa comenzó hace unos 15 mil millones de años con el “Big Bang”, que produjo una nube de hidrogeno en expansión, todo lo demás estaba vacío. Con tiempo y energía, el hidrogeno se transformó en todos los otros tipos de elementos químicos. Entonces, hace unos cuatro mil millones de años, la atmosfera de la tierra consistía en metano, amoníaco, hidrogeno y agua, de donde la vida inevitablemente evolucionaria.
En la segunda etapa se cree que los compuestos químicos simples de la primera etapa formaron las pequeñas moléculas orgánicas esenciales para la vida, como azúcares, aminoácidos y nucleótidos. En 1953, Miller y Urey anunciaron haber “simulado” la evolución de algunas de estas moléculas orgánicas de metano y amoníaco, usando equipos y condiciones diseñados para lograr el resultado deseado.
La tercera etapa de la evolución química supone la unión de pequeñas moléculas orgánicas en una especie de cadenas largas de moléculas llamadas polímeros. Los polímeros biológicos más importantes son los almidones (polímeros de azúcares), proteínas (polímeros de aminoácidos) y ADN (polímeros de nucleótidos). En otro experimento de “simulación de evolución” Sidney Fox produjo moléculas similares a proteínas calentando aminoácidos puros y secos a altas temperaturas. Cuando este material fue enfriado en agua se formaron pequeños glóbulos, que él llamó “microesferas”. Aunque estas microesferas son piedras muertas, los evolucionistas se refieren a ellas como “protocélulas”, insinuando que estas representan una etapa temprana de células vivas. De hecho, la única similitud entre las microesferas y las células vivientes es que aquellas son, como su nombre lo indica, pequeñas y esféricas.
La etapa final de la evolución química involucra la trasformación por azar de moléculas orgánicas y polímeros en una insondablemente compleja maquinaria de células vivas. Aquí la especulación evolutiva está tan libre de evidencia, o incluso plausibilidad, que no merece una consideración seria. El bioquímico, Dr. David Green, resumió muy bien esto cuando dijo en su libro Molecular Insights into the Living Process (La perspicacia molecular sobre el proceso de la vida):
La transición de macromolécula a célula es un salto de dimensiones fantásticas, que está más allá del rango de hipótesis comprobables. En esta área, todo es conjetura. Los hechos disponibles no proporcionan una base para postular que las células surgieron en este planeta.
Los evolucionistas han intentado evitar este problema invocando largos períodos de tiempo con la esperanza de que, con el tiempo suficiente, prácticamente todo sea posible, excepto, por supuesto, la creación especial.
Ahora, incluso algunos evolucionistas temen que el tiempo y el azar no sean la respuesta. El premio Nobel Dr. Francis Crick (co-descubridor del ADN), en su libro Life Itself (La vida misma), insiste en que la probabilidad del origen de la vida por azar simplemente desafía el cálculo. Crick, un ateo, dice:
Lo que es tan frustrante para nuestro propósito actual es que parece casi imposible dar cualquier valor numérico a la probabilidad de lo que parece una secuencia bastante improbable de eventos… Un hombre honesto, armado con todo el conocimiento disponible para nosotros ahora, solo podría decir que, en cierto sentido, el origen de la vida parece ser casi un milagro en el momento.
Increíblemente, Crick concluye que los primeros organismos vivos en la tierra pudieron haber sido “plantados” en nuestros océanos por seres inteligentes de otro planeta.
Sir Fred Hoyle, el hombre que nombró a la teoría del “Big Bang”, ha concluido recientemente que el origen de la vida por casualidad es una idea absurda. En su libro Evolution from Space (Evolución del espacio), Hoyle insiste en que es obvio que la complejidad de la vida exige un diseñador inteligente, posiblemente incluso Dios. Según Hoyle:
Una vez que vemos, sin embargo, la probabilidad de que la vida se origine al azar es tan minúscula que la vuelve absurda, se vuelve sensato pensar que las propiedades favorables de la física de las que depende la vida son intencionadamente deliberadas en todos los sentidos… Por lo tanto, es casi inevitable que nuestra propia medida de inteligencia deba reflejarse. . . inteligencias superiores. . . incluso hasta el límite de Dios. . . tal teoría es tan obvia que uno se pregunta por qué no es ampliamente aceptada como evidente por sí misma.
En un discurso reciente en Cal Tech, Hoyle dijo que no hay una cantidad de tiempo que los evolucionistas consideren remotamente adecuada para lograr la formación de un organismo vivo superior por mera casualidad. Tal evento, dijo, sería comparable a la posibilidad de que “un tornado que atraviesa un depósito de chatarra pudiera ensamblar un Boeing 747 a partir de los materiales que contiene”.
Los evolucionistas, que esencialmente deben invocar milagros sin Dios, no tienen otra opción que creer en eventos fortuitos tan improbables que socavan la base estadística sobre la cual descansa la ciencia moderna. En su libro Origins: A Skeptic’s Guide to Creation of Life on Earth (Orígenes: una guía escéptica de la creación y la vida en la tierra), el evolucionista Robert Shapiro abandona todo escepticismo y argumenta de forma poco convincente:
Todavía existe una puerta de escape para la generación espontánea. ¿Por qué es necesario que el evento haya sido probable? Podemos simplemente observar las probabilidades, encogernos de hombros, y observar con agradecimiento lo afortunados que fuimos . . . . Después de todo, los eventos improbables ocurren todo el tiempo.
Piénselo, con una fe incuestionable como esta en Dios, ¡los cristianos podríamos mover montañas!
Un agradecimiento muy especial a Daniel Morreno por la traducción del artículo.