Nota del Editor: Este artículo fue publicado originalmente en la revista Answers.
¿Somos tan solo otro animal? Podemos discutir sobre el ADN, el tamaño del cerebro y la estatura vertical, pero Génesis 1 enfatiza un privilegio infinitamente mayor que distingue a la humanidad.
El ateísmo considera que el hombre es simplemente un ser material como todos los demás animales. En muchos sentidos, esta es la visión predominante de la cultura popular. El hombre, sin duda, puede tener “ventajas evolutivas” sobre los animales en su razonamiento, en su comunicación y en algunas habilidades físicas. Pero el hombre no es un ser espiritual o sagrado, con un propósito y un destino más alto que el de los animales. Al final, el hombre vive y muere como las bestias. Por consiguiente, los campos de concentración, los gulags, los campos de exterminio y las clínicas de aborto son todos monumentos al ateísmo. Esas opiniones degradadas del hombre, particularmente al negar que el hombre está hecho a imagen de Dios, inevitablemente industrializan la miseria humana.
La palabra de Dios, por el contrario, considera al hombre como el pináculo de la obra de Dios. En el sexto día de la creación, como Su última obra, Dios creó al hombre como un ser físico y espiritual. Su aspecto físico se formó de la tierra (Génesis 2:7) y su aspecto espiritual proviene de Dios (Eclesiastés 12:7). Los animales, que fueron creados el día cinco, se asemejan al hombre en que también fueron formados de la tierra (Génesis 2:19) y tienen el espíritu de vida (Génesis 1:30, 6:17, 7:15, 7:22; Eclesiastés 3:19). Pero aunque los animales se asemejan al hombre en ciertos aspectos, el hombre los supera porque Dios sopló la vida directamente en el hombre y porque hizo al hombre a imagen suya. Entonces, Dios coronó al hombre con gloria y majestad para que gobernara las obras de Su mano (Salmo 8:5–6).
Pero, ¿Qué es exactamente la imagen de Dios y cuáles son las implicaciones para el hombre por ser hecho a Su imagen? Las respuestas y aplicaciones de este tipo de preguntas son esenciales para los cristianos porque estas dictan la felicidad o la desdicha humana; y a menudo la vida y la muerte. La imagen de Dios consiste en la parte espiritual del hombre que refleja el carácter de Dios y es la única base firme para defender la dignidad del hombre, la santidad de la vida y la redención misericordiosa de los pecadores.
Génesis hace referencia a la imagen de Dios tres veces (Génesis 1:26–27, 9:6). En Génesis 1:26–27, Dios hizo al hombre a su imagen, una frase que se repite en el versículo 27 para enfatizar, que el hombre puede gobernar a la naturaleza. La palabra imagen muchas veces describe objetos físicos que se “cortan”, como las imágenes físicas de dioses falsos (2 Reyes 11:18) o las imágenes de oro (réplicas) de los ratones y los tumores que Dios había enviado como plagas sobre los filisteos (1 Samuel 6:5)1.
El hombre fue creado a Su imagen. Esto no es un énfasis vago. Algunos intérpretes han cuestionado si la preposición debería leerse como “nuestra imagen” con el fin de argumentar una imagen física de Dios. Otros han tratado de minimizar la implicación de que somos semejantes a Dios de muchas maneras. Pero la preposición a es importante aquí. Representa el estándar o patrón con el cual Dios creó: Dios creó al hombre a (con el diseño de) Su imagen2. De forma similar, en Éxodo 25:40, Dios ordenó a Moisés que hiciera los muebles del templo “en (con el diseño de) su estructura.” En Génesis 9:6, la imagen de Dios se menciona otra vez, como la razón de la pena capital porque el hombre está hecho a imagen de Dios. En los tres casos donde la frase aparece en Génesis, la imagen de Dios establece la diferencia del hombre con resto de la creación terrenal como un reflejo de Dios, equipa el hombre para gobernar sobre la naturaleza y ennoblece la vida humana.
La imagen de Dios se explica aún más en Génesis 1:26 por la frase preposicional complementaria “conforme a nuestra semejanza”. Semejanza significa “parecido” o “similitud”.3 Semejanza, que generalmente se usa en comparaciones (algo es similar a algo más), usualmente describe apariencias (algo se asemeja a algo en apariencia). Ezequiel, por ejemplo, compara la semejanza (apariencia) de las caras de los seres celestiales en la cara del hombre (Ezequiel 1:10). La preposición en la frase “conforme a su semejanza” significa “tal como, igual a, o como”, entonces Dios creó al hombre a su imagen tal como su semejanza. El teólogo John Laidlaw opinó que la imagen de Dios se refiere a “esas características en Dios de las cuales el hombre es una copia”.4 En pocas palabras, la imagen de Dios refleja similitudes entre Dios y el hombre.
Pero, ¿cómo es similar el hombre a Dios? Sin duda, el parecido excluye el cuerpo físico puesto que Dios es un espíritu (Juan 4:24). Por otra parte, excluye las limitaciones de las creaturas puesto que Dios es infinito, eterno e inmutable en todos sus atributos (Salmo 90:2; Malaquías 3:6; Jeremías 23:24). El hombre se asemeja a Dios en que tiene un espíritu libre, racional, personal, y además una conciencia con la ley de Dios escrita en su corazón (Romanos 2:14–16); por lo tanto, el hombre puede gobernar sobre la naturaleza de una manera similar a cómo Dios reina.5 “El Tárgum, la interpretación oficial usada en la sinagoga en la época de Cristo, explica el espíritu personal y racional del hombre en Génesis 2:7, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Los seres humanos, en contraste con los animales, pueden razonar, conversar y tener comunión con los demás. Pero lo más importante, debido a que el hombre se asemeja a Dios espiritualmente, él puede tener comunión con Dios.
Pero para tener comunión con Dios, la imagen de Dios en el hombre debe reflejar el carácter Santo de Dios, especialmente en el conocimiento, justicia y santidad; caracterizados por, y como resultado de la verdad. En Colosenses 3:10, Pablo habla de la imagen de Dios: “y [el creyente] revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. En la regeneración, Dios renueva su imagen dentro de nosotros en el verdadero conocimiento de Dios. Este conocimiento de Dios es vida eterna.
En el pasaje paralelo, Efesios 4:24, Pablo escribe: “y vestíos del nuevo hombre, creado según [la imagen de]6 Dios en la justicia y santidad de la verdad”. Pablo revela que la imagen de Dios incluye más que un espíritu libre, racional y personal, sino que la imagen de Dios originalmente poseía un conocimiento de Dios, justicia y santidad que fueron permeados por la verdad. Este tipo de justicia y santidad refleja excelencia moral de Dios. Una vez más, la semejanza de la humanidad con Dios es espiritual. El pecado destruyó el conocimiento, la justicia y santidad originales que Adán poseía; así que el hombre nace separado de Dios, “muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1), aunque todavía posee la imagen de Dios ahora está dañada por el pecado. Sin embargo, la regeneración comienza el proceso de renovar la imagen de Dios mediante la restauración del conocimiento, justicia y santidad perdidos en el creyente. Este proceso continúa hasta el final de la vida terrenal del creyente.
Pero incluso en la muerte, cuando se separa el cuerpo y el espíritu, la imagen de Dios en el hombre continúa. Por ejemplo, Juan habla de las almas debajo del altar (Apocalipsis 6:9–11), las almas incorpóreas de los santos difuntos, esperando la resurrección. Aunque no tienen un cerebro físico, recuerdan su martirio, tienen un sentido de justicia, expresan emociones y hasta un deseo de venganza. Aunque no tienen una boca física ni cuerdas vocales, ellos claman y se comunican, y hasta alzan sus voces muy alto. Aunque no tienen un cuerpo físico, se les dan vestiduras espirituales, mientras esperan justicia.
Como espíritus incorpóreos, los creyentes conservan la imagen de Dios. De hecho, en la muerte en el estado incorpóreo, nuestros espíritus serán hechos perfectos en la semejanza de Dios (Hebreos 10:23). En la resurrección, nuestro cuerpo natural, que lleva la imagen de lo terrenal (no de Dios) y se siembra en la tierra al morir, será levantado como un cuerpo espiritual. Entonces, nuestros cuerpos también llevarán la imagen de lo celestial (de Dios), al igual que nuestros espíritus ahora (1 Corintios 15:35–49).
Debido a que el hombre es un ser espiritual hecho a imagen de Dios, se parece y refleja a Dios. Esto tiene implicaciones profundas.
En primer lugar, la imagen de Dios establece la dignidad humana. Al negar la imagen de Dios, el ateísmo disminuye la dignidad humana reduciendo al hombre a un producto casual y evolutivo de materia; un simple animal. El panteísmo, en el otro extremo, también niega la imagen de Dios y disminuye la dignidad humana al exaltar a toda la naturaleza como una manifestación de Dios. Las Escrituras, por el contrario, dan testimonio de la dignidad del hombre: “Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra.” (Salmo 8:5). El hecho de ser creado a la imagen de Dios pone al hombre sobre toda la naturaleza. Según Cristo, un alma humana es más valiosa que el resto de la naturaleza (Mateo 6:26; Marcos 8:36). De hecho, Dios demostró la forma en que Él valora el alma al enviar a Su hijo para redimirla. Por supuesto que esto no devalúa el resto de la naturaleza porque Dios la creó también. Los hombres a imagen de Dios deben gobernar la naturaleza benévolamente como buenos administradores de la creación de Dios. Sin embargo, como el erudito judío Kaufman Kohler escribió: “Lo que distingue al hombre del animal, así como del resto de la creación . . . es su personalidad autoconsciente . . . a través de la cual él mismo se siente semejante a Dios”.7 No hay condición humana que mitigue esta verdad, ya sea limitación física, deformidad o capacidad cognitiva. El pecado por sí solo tiene un efecto debilitador (Romanos 1:21–25, 3:9–18, 5:12), pero solo daña la imagen de Dios, no la elimina. Ni siquiera los lunáticos desnudos que viven en tumbas, ni los paralíticos a la orilla del camino están más allá de la dignidad humana y la compasión de Cristo (Mateo 4:24, 17:15; Marcos 5:1–13).
El hecho de ser creado a la imagen de Dios establece la dignidad humana y pone al hombre sobre la naturaleza.
En segundo lugar, la imagen de Dios establece la santidad de la vida. Las culturas ateas rechazan la santidad de la vida ya que devalúan la vida de los nacidos y los no nacidos como política de estado. Sin embargo, la Palabra de Dios, protege la santidad de la vida en sus leyes. En Génesis 9:5–6, Dios decreta que si alguien comete un asesinato, el asesino debe renunciar a su vida, porque el hombre está hecho a imagen de Dios. Por lo tanto, el crimen es un ataque directo contra Dios. El tono personal y la triple repetición del verbo en Génesis 9:5 enfatizan la gravedad de este crimen contra Dios: “Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre”. Dios personalmente buscará al asesino y lo responsabilizará. El castigo de Dios es seguro. Juan Calvino hizo notar que porque el hombre es portador de la imagen de Dios, Dios mismo se considera “transgredido en su persona [la víctima]” y uno no puede lesionar a otro ser humano “sin herir a Dios mismo de cierto modo”.8 La literatura rabínica habla también de “dañar” la semejanza divina a través del homicidio.9 Dios creó la vida del hombre como algo sagrado; destruir esa vida es invitar al juicio divino.
En tercer lugar, la imagen de Dios establece la necesidad de la redención de Dios. Sin la imagen de Dios en el hombre, el plan de redención no existiría. Esto no significa que poseer la imagen de Dios les da el derecho de redención a los pecadores, sino que para obtener la redención es necesario que los pecadores hayan sido hechos a Su imagen. El propósito de Dios de enviar a Su hijo a semejanza de los hombres fue renovar la imagen de Dios en la humanidad a través del Evangelio. (Efesios 4:24; Colosenses 3:10). En efecto, los cristianos fueron conocidos de antemano y predestinados a ser conformados a la imagen de Su hijo (Romanos 8:29). Siendo portadores de la imagen, somos exclusivamente apartados de la creación, incluso de los ángeles (1 Pedro 1:12), para ser restaurados en comunión con Dios Padre y Su Hijo (1 Juan 1:3). El Evangelio, una vez recibido, renueva la imagen que se vio empañada por el pecado de Adán y por nuestro propio pecado, para que el creyente pueda traer “también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49). Porque Dios nos creó a Su imagen, coronándonos de gloria y honor, y debido a su gracia infinita hacia los pecadores indignos, Dios envió a su hijo para redimirnos.
Los seres humanos llevan la imagen espiritual de su Creador. Como portadores de la imagen, todos tenemos valor sin importar nuestras capacidades o estatus en esta vida. Como portadores de la imagen, nos damos cuenta de que cada una de nuestras vidas es sagrada. Como portadores de la imagen dañados por la caída, necesitamos a un Salvador. Y como portadores de la imagen, estamos llamados por el amor redentor de nuestro Creador para ser renovados y conformarnos a la imagen de Jesucristo, quien es la imagen perfecta y hermosa de Dios.
David Casas es Presidente del Colegio Bíblico Berea y profesor del Antiguo Testamento en la Universidad Luther Rice en Atlanta, Georgia; actualmente trabaja en su PhD en Southern Baptist Theological Seminary (Seminario teológico bautista del sur). Su investigación se centra en el imago Dei en teología del Antiguo Testamento.
Dr. Russell Fuller, co-autor con Kyoungwon Choi de Invitation to Biblical Hebrew (Invitación al hebreo bíblico) es profesor del Antiguo Testamento en Southern Baptist Theological Seminary (Seminario teológico bautista del sur).
En la mayor parte de la historia de la iglesia poca controversia ha rodeado a la naturaleza de la imagen de Dios.1 Tradicionalmente, el alma o la parte espiritual del hombre han servido como punto focal de la imagen de Dios. Sin embargo, recientemente muchos no tienen este entendimiento. Algunos ven al hombre creado como la imagen de Dios: semejante a Él en el cuerpo físico. Bruce Waltke, por ejemplo, sugiere que esa imagen se refiere a los seres humanos como una unidad psicosomática (una unidad de cuerpo y mente) que “funciona para expresar, no para representar” a Dios. En esencia, el hombre está hecho como imagen de Dios en lugar de la imagen de Dios. Además, basándose en paralelos de “imagen” y “semejanza” en las estelas (monumentos de piedra de reyes del Antiguo Cercano Oriente) él aboga por la imagen de Dios como la vice-regencia del hombre en la tierra para gobernar la creación en lugar de Dios.2
Sin embargo, esta visión moderna presenta problemas. Si la naturaleza física del hombre o su función en la tierra constituye la imagen de Dios, entonces una deformidad o discapacidad impediría que la imagen se realizara. De hecho, al morir el hombre dejaría de ser portador de la imagen.
El valor y la dignidad del hombre se extienden más allá de su naturaleza física a algo interno: su aspecto espiritual. En términos del Nuevo Testamento, es la renovación de la imagen de Dios a través del Evangelio la que establece que ser portador de la imagen es algo espiritual; como algo que se encuentra en el ser del hombre, no en su función. Pablo exhortó a que mientras que el aspecto físico del creyente regresar al polvo, el aspecto espiritual se renueva cada día (2 Corintios 4:16).
Aunque rechazamos los puntos de vista recientes que dicen que el cuerpo es parte de la imagen de Dios, la comprensión tradicional de la imagen de Dios no devalúa al cuerpo. Debido a que el espíritu del hombre lleva la imagen de Dios, el cuerpo de hombre se convierte en un tipo de templo que alberga la imagen de Dios, así como el Espíritu Santo que reside con nuestro espíritu hace que el cuerpo de un cristiano sea el templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). En consecuencia, las Escrituras hablan de nuestros cuerpos como instrumentos de justicia (Romanos 6:12–13); hablan de dar muerte a las obras de la carne que es dominada por el pecado (Romanos 8:13) y de presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo y santo (Romanos 12:1). La imagen de Dios eleva el cuerpo sobre toda la creación terrenal.
Pero una cosa en la que probablemente todos coincidimos es en que los seres humanos fueron creados para ser seres encarnados, con un cuerpo que sirve como una envoltura para el espíritu (Daniel 7:15). Este fue el diseño de Dios. Dios tomó polvo del suelo, formó el cuerpo humano y sopló en la nariz del hombre el aliento de vida y el hombre se convirtió en un “ser viviente” (Génesis 2:7). Como un ser físico, se le mandó a procrear y gobernar sobre la naturaleza física (Génesis 1:28). Sin embargo, a causa del pecado, el proceso se ha puesto en reversa: el cuerpo retorna a la tierra de la cual vino (Génesis 3:19; Eclesiastés 3:20, 12:7a) y el espíritu vuelve a Dios quien lo dio (Eclesiastés 3:21, 12:7b).
1 Con poca variación, los padres de la iglesia, así como los rabinos talmúdicos, estarían de acuerdo con Novatian que escribió: “[El hombre] fue hecho a imagen de Dios, a quien Él [Dios] le impartió mente, razón y previsión, para que él pudiera imitar a Dios; y aunque los primeros elementos de su cuerpo fueron terrenales, la sustancia fue inspirada por un soplo celestial y divino.” Novatian, “A Treatise of Novatian concerning the Trinity” (Un tratado de Novatian con respecto a la Trinidad), en The Ante-Nicene Fathers (los Padres Ante-nicenos), vol. 5, Fathers of the Third Century: Hippolytus, Cyprian, Novatian, Appendix, ed. (Padres del tercer siglo: Hipólito, Cipriano, Novatian, apéndice, ed.) A. Roberts, J. Donaldson y A. C. Coxe, trad. R. E. Wallis (Buffalo, Nueva York: Christian Literature Company 1886), p. 612.
2Bruce Waltke, Genesis: A Commentary (Génesis: un comentario) (Grand Rapids: Zondervan), 65–66.